Ofensiva de Irán en América Latina

Irán ha reaccionado con un amplio operativo al creciente aislamiento
que le impone la comunidad internacional. En el campo militar,
continúa reforzando sus fuerzas armadas de casi medio millón de
efectivos y recién concluyó ejercicios navales en el Estrecho de
Ormuz, con amenazas de minarlo. Simultáneamente advirtió a Estados
Unidos para que no vuelva a desplegar portaaviones en el Golfo
Pérsico; ha realizado una sucesión de pruebas de poderosos misiles y
continúa resistiéndose a controlar su programa nuclear. Paralelamente,
la diplomacia iraní asumirá próximamente la presidencia del grupo de
casi un centenar de países no alineados; está fortaleciendo su
liderazgo regional en el Medio Oriente, con sus estrechos vínculos
militares con el terrorismo de Hamas, en Palestina, y de Hezbolá, en
Líbano; con su influencia en los chiitas de Arabia Saudí, Yemen y
Bahréin, y está beneficiándose de los conflictos internos y del retiro
de las
tropas norteamericanas en Irak para aumentar su gravitación en la
mayoría chiita en ese país. A la vez, goza de un no despreciable poder
negociador proveniente de sus millonarias exportaciones de petróleo.
Centro y Sudamérica son parte de esta ofensiva para mantener el
régimen teocrático iraní, desbaratar las sanciones económicas a que
está expuesto y para asegurarse del abastecimiento de materias primas.
Para ello, Teherán ha instalado embajadas residentes en prácticamente
todos los países de América Latina y realiza diversos programas de
intercambio y asistencia. En la región cuenta con alianzas con
Venezuela, Cuba, Ecuador, Nicaragua y con el gobierno de Evo Morales.
Para vigorizar los lazos regionales, el Presidente Ahmadinejad
visitará a sus aliados latinoamericanos y participará en la
transmisión del mando presidencial en Guatemala.
La ofensiva de Teherán no es bienvenida: mientras no aumente las
libertades de su pueblo, deje de ser un factor de desestabilización en
el Medio Oriente y en tanto no desmonte el programa nuclear, seguirá
expuesto a medidas de aislamiento económico. También está fuera de
duda que no se tolerará el cierre o el minado del Estrecho de Ormuz,
principal vía de transporte de las exportaciones petroleras; que no es
presumible que Estados Unidos renuncie a sus patrullajes en el Golfo
Pérsico y, menos, que Israel acepte que Irán consume su poderío
nuclear bélico. En alguno de estos casos podría haber motivos y
argumentos legítimos para plantear al Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas el empleo de la fuerza.
Igualmente son motivo de desprestigio las alianzas de Irán con los
gobiernos latinoamericanos, pues estos acuerdos son oportunistas,
convenidos entre gobiernos que carecen de otra razón que la afinidad
entre regímenes autoritarios o entre gobiernos en que el ejercicio de
la democracia está amagado y que pretenden aliarse y beneficiarse de
supuestos programas asistenciales recíprocos, mayormente incumplidos.
Desde luego son varios los países latinoamericanos que han tomado
distancia de Irán, por la ausencia de valores compartidos, por los
riesgos que causa a la seguridad y a la paz mundiales, por su
incumplimiento de los acuerdos internacionales en el uso pacífico de
los desarrollos atómicos o simplemente, como es el caso de Argentina,
por la negativa a contribuir a esclarecer la participación de
funcionarios iraníes en el atentado terrorista de la AMIA en Buenos
Aires, que costó la vida a 86 argentinos de origen judío.
El gobierno chileno debe examinar permanentemente sus relaciones con
el gobierno teocrático de Irán, establecidas desde 1991, con embajador
residente en Santiago y con embajador chileno concurrente en Teherán.
A lo largo del tiempo la legitimidad del régimen iraní ha sido
objetada, mientras el comercio bilateral ha perdido significación.
Son varios los países latinoamericanos que han tomado distancia de
Irán, por la ausencia de valores compartidos.