La merma de la opinión en los medios radioeléctricos resulta sintomática del tiempo en que vivimos. De hecho, puede decirse que esto es efecto de la hegemonía comunicacional, que en términos prácticos ha significado el abultamiento del aparato mediático estatal, junto con el progresivo cerco sobre la expresión crítica e independiente, especialmente en la radio y televisión. Un gran perdedor de este proceso es el periodismo de opinión, que paulatinamente ha perdido a figuras destacadas.
Andrés Cañizález
El Nacional
Hace poco se publicó en las páginas de El Nacional un agudo análisis sobre la situación del periodismo en Venezuela. Firmado por Óscar Lucien este texto arroja luces sobre un par de fenómenos sobre los que es necesario volver. El asunto central planteado por Lucien es la paulatina desaparición del periodismo de opinión en la pantalla chica venezolana.
Lucien traza un recorrido de los últimos años que vale la pena recordar. Con el cese definitivo de la señal de RCTV (en 2007 en la televisión abierta, y en 2010 en la TV paga) también desapareció de la pantalla venezolana el programa La Entrevista, conducido por el periodista Miguel Ángel Rodríguez. Esto ha sido una suerte de última gota, dentro de un vaso de censura y restricciones para la libertad de expresión y pensamiento. Un caso emblemático de cierre de voces críticas en la pantalla de televisión lo representó el conocido programa La Entrevista de Marta Colomina, que salió del aire en febrero de 2005.
En abril de 2005 hubo otra pérdida en la pantalla de Televen con la desaparición de 30 Minutos, conducido por César Miguel Rondón. Estos cambios en Televen, debe decirse, estuvieron precedidos de una baja significativa como lo fue la salida del aire de 24 Horas, con Napoleón Bravo, en mayo de 2004, que durante años había transmitido Venevisión.
El inventario que traza Lucien da cuenta de la ausencia, en la actualidad, de periodistas críticos que en el pasado reciente conducían espacios en la pantalla venezolana. Tal es el caso de Ibéyise Pacheco, o de analistas cuestionadores del régimen de Chávez, como Asdrúbal Aguiar. En el primer caso el programa estaba en Venevisión y en el segundo en el hoy extinto canal CMT. Idania Chirinos salió doblemente del aire, primero de CMT donde tenía el programa Espacio Público y luego junto con Vladimir Villegas se vio obligada a dejar la transmisión de Contrapeso en el Canal i.
En recientes viajes por algunos estados he podido constatar un fenómeno similar, tanto en la televisión regional como en la radio.
La merma de la opinión en los medios radioeléctricos resulta sintomática del tiempo en que vivimos. De hecho, puede decirse que esto es efecto de la hegemonía comunicacional, que en términos prácticos ha significado el abultamiento del aparato mediático estatal, junto con el progresivo cerco sobre la expresión crítica e independiente, especialmente en la radio y televisión. Un gran perdedor de este proceso es el periodismo de opinión, que paulatinamente ha perdido a figuras destacadas.
Clásicamente se ha entendido el periodismo de opinión como un baluarte de la democracia, pues justamente permite el debate de ideas.
La extinción de este género no sólo nos habla de problemas específicos de censura y/o autocensura, sino que refleja el retroceso democrático de los últimos años, producto de la propia polarización que, sin duda, ha aupado el Gobierno con fines políticos.
Por otra parte, tal como sostiene Tulio Hernández, en la pantalla de los medios estatales, especialmente en el canal “de todos los venezolanos”, VTV, se ha instalado lo que puede llamarse como periodismo de “albañal”. De acuerdo con Hernández, se trata de un tipo de periodismo oficial concebido exclusivamente para intentar la descalificación moral e intelectual de los opositores, no mediante el debate de ideas sino a través del recurso de la burla, el escarnio, el acoso psicológico, la descalificación moral, el encono contra defectos de nacimiento o características físicas de las personas, la homofobia, la misoginia o el racismo.
Aunque compartimos esta crítica, difícilmente podrá reconocerse como periodísticas las prácticas mediáticas de personajes como Mario Silva o Alberto Nolia.
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