...porque aún queda en la región un residuo de países radicales,
inspirados en el comunismo marxista y el estado totalitario que
segrega, para los cuales, la lucha guerrillera, el terrorismo y su
alianza con el narcotráfico, siguen siendo una estrategia y táctica
correctas para conquistar el poder, destruir la democracia e
instaurar una economía colectivista y un sistema político
personalista, monopartidista y de pensamiento único que los
sustituyan.
Manuel Malaver
La Razón / ND 18 Diciembre, 2011
Alfonso Cano: Repudiado en Colombia y celebrado en Venezuela
Como un guerrillero y terrorista responsable o cómplice de algunos de
los crímenes de lesa humanidad más atroces que se han cometido en
Colombia, la muerte de Alfonso Cano en una selva del sur del país
provocó en territorio neogranadino la euforia que debía seguir al
fin del comandante que sustituyó a Manuel Marulanda Vélez en la
conducción de las FARC.
Pauta que en todos los sentidos siguió el 95 por ciento de los países
de la comunidad democrática latinoamericana, convencidos de que, con
el deceso de Cano, se daba un paso decisivo, o para llegar a un
acuerdo de paz, o culminar exitosamente el esfuerzo político y de
guerra que cristalice en la reconciliación de todos los colombianos.
Y digo el 95 por ciento, porque aún queda en la región un residuo de
países radicales, inspirados en el comunismo marxista y el estado
totalitario que segrega, para los cuales, la lucha guerrillera, el
terrorismo y su alianza con el narcotráfico, siguen siendo una
estrategia y táctica correctas para conquistar el poder, destruir la
democracia e instaurar una economía colectivista y un sistema político
personalista, monopartidista y de pensamiento único que los
sustituyan.
Y hablamos, en primer lugar, de la Venezuela de Chávez, de la Cuba de
los hermanos Castro, la Nicaragua de Daniel Ortega, el Ecuador de
Rafael Correa y la Bolivia de Evo Morales.
Que esos regímenes, durante los años 2007, 2008 y 2009 (pero
principalmente el de Chávez en Venezuela), intervinieran
descaradamente en los asuntos internos de Colombia y se aliaran,
algunas veces para favorecer a las políticas de las FARC en sus
intentos de asfixiar al gobierno de Álvaro Uribe Vélez, y otras,
incluso, para amenazar con una declaración de guerra si el presidente
neogranadino no retrocedía en su persecución “en caliente” de los
grupos guerrilleros, es demostrativo de hasta dónde estaban
dispuestos a llegar los países que, agrupados en el ALBA, abrigaron
la fantasía de la restauración del comunismo en América latina.
Chávez y Correa, por ejemplo, llamaron “héroe” y pidieron “un minuto
de silencio” por la muerte del comandante canciller de las FARC, Raúl
Reyes, y en Venezuela, todavía puede verse en un populoso barrio de
Caracas un busto construido en honor de Manuel Marulanda Vélez, así
como una biblioteca pública edificada en una importante población del
centro del país con el nombre de tan importante hombre “de letras”.
Hoy, 3 años después, la situación de Colombia y su enfrentamiento con
la guerrilla ha experimentado un vuelco de 180 grados, con las
fuerzas subversivas en un acorralamiento que no presagia sino su
derrota, y el gobierno colombiano, presidido por quien fuera el
ministro de Defensa de Uribe, Juan Manuel Santos, en una ofensiva
política y económica que lo han posicionado entre los países con
desarrollo más sustentable, diversificado y competitivo de la
región.
Por el contrario, la organización que fundaron Chávez y los hermanos
Castro para restaurar el comunismo en el continente, la llamada ALBA,
hace tiempo que no es otra cosa que un cascarón vacío, sin otra
iniciativa que apuntalar los neototalitarismos del subcontinente, y
condenada al olvido sin gloria con que castiga la historia a todos
los intentos fallidos, anacrónicos y desintegrados.
Porque, aunque sin admitirlo, Chávez, los hermanos Castro y sus
aliados del ALBA, no buscaron otra cosa que instrumentar una suerte
de mini “Guerra Fría”, no sustentada ahora en los rublos del imperio
ruso, sino de los petrodólares venezolanos, pero que se propusiera el
mismo objetivo que había quedado enterrado a finales de los 80 bajo
los escombros del Muro de Berlín.
En definitiva, que al igual que el resto de los países de América
latina (los de izquierda y los de derecha, los populistas y los
capitalistas), también los socialistas de Chávez y el ALBA terminaron
rendidos al esfuerzo político y de guerra de Juan Manuel Santos, y
guardando un silencio más que elocuente ante la muerte de Alfonso
Cano, que no es sino un anuncio de que la derrota de las FARC es,
simplemente, cuestión de tiempo.
Claro, sin que ello nos lleve a olvidar que la violencia, la guerra de
guerrillas y la subversión en todos sus términos, sigue siendo una
herramienta válida para los radicales a la hora de sentirse asfixiados
y acosados por movimientos populares que intenten expulsarlos del
poder, o evitar que lo conquisten recurriendo a métodos no
precisamente democráticos.
Como prueba de ello, tendríamos que señalar el homenaje que rindieron
a Alfonso Cano en la parroquia “23 de enero” de Caracas, y ante el
busto que celebra las glorias de “Manuel Marulanda Vélez”, grupos
subversivos identificados con la revolución chavista y el presidente
que la comanda el domingo antepasado, los cuales, no tuvieron ningún
empacho en reconocer la vida “heroica” del comandante Cano que, como
todo el mundo sabe, pero sobre todo la nación colombiana, estuvo
dedicada a perpetrar atentados, dar cuenta de la vida de inocentes y
procurar daños físicos y morales a hombres y mujeres humildes que no
pueden ser justificados a nombre de ninguna causa por la igualdad, la
liberación y la justicia.
Homenaje, que si no contó con el apoyo, tampoco contó con el repudio
del gobierno venezolano, que en ningún momento se pronunció
condenándolo, sino más bien rodeándolo de un silencio que puede
interpretarse como una réplica del homenaje oficial que en un momento
se le rindió a Raúl Reyes y Manuel Marulanda Vélez.
Así, por lo menos, lo percibieron observadores y analistas de Colombia
y Venezuela, los cuales, volvieron a llamar la atención sobre la
doble moral del gobierno chavista que, oficialmente, dice “no tener
vínculos con las FARC”, pero tolera que grupos y bandas armadas de
inspiración y financiamiento chavistas se le cuadren a 2 comandantes
extranjeros que para ellos tienen la gloria que aún no ha conquistado
Chávez: morir por la revolución.
Pero no lo ha visto así el gobierno del presidente colombiano, Juan
Manuel Santos, quien, embriagado por las ventajas económicas que han
significado para los empresarios neogranadinos la reapertura de
relaciones comerciales entre Colombia y Venezuela, no solo ha
bautizado a Chávez “como su nuevo mejor amigo”, sino que ha aceptado
una suerte de reconversión del otrora aliado de las FARC, y otros
grupos guerrilleros, en amigo de su gobierno y del pueblo colombiano.
Es, por supuesto, una relación peligrosa, que no tomó en cuenta la
amistad, hermandad y solidaridad de Chávez con el verdugo del pueblo
libio Moamar Gaddafi, ni con terroristas como “El Chacal”, ni con el
asesino y genocida sirio, Bashir al Assad.
Y que siembra nubarrones, y sombras de todos los tamaños y calibres
sobre si será cierto que ya no hay guerrilleros de las FARC en
campamentos ubicados en territorio venezolano, o sobre si puede
creerse que comandantes como Iván Márquez ya no son recibidos por
autoridades nacionales y por Chávez en persona en el propio palacio
de Miraflores, y el nuevo Comandante General de las FARC, el sucesor
de Alfonso Cano, Timoleón Sánchez, no tiene sus guaridas en la raya
fronteriza colombo-venezolana desde hace mucho tiempo.
Pero son asuntos de Santos y de la política exterior colombiana, que
ojalá no tenga resultados parecidos a los que ya vivió su antecesor,
Álvaro Uribe, y un presidente que también es muy amigo de Santos y se
las ha jugado para que exista el Tratado de Libre Comercio Estados
Unidos-Colombia: Barack Obama.
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