Está muy bien abrirles los brazos a los desencantados y prometerles el paraíso terrenal de la amistad, el entendimiento y la solidaridad. Pero está muy mal meterlos en un mismo saco con los arrastrados y felones. A esos, sin misericordia. Que beban la amarga cicuta de la pena por su alta traición.
Pedro Lastra
A Roberto Smith
Palpo mucha angustia entre cierta dirigencia opositora por el qué hacer con los chavistas, mucha preocupación entre ciertos precandidatos y partidos por la masa de irresponsables que apalancan al teniente coronel. Mucho deseo de no ofenderlos ni con el pétalo de una rosa.
Mucha carantoña. Mucha hermandad, promesas de reconciliación, perdones adelantados. A veces hasta llego a pensar que algunos demócratas de viejo o nuevo cuño - talanquerista arrepentido - consideran más importante sobarle el lomo a un rojo rojito que a un demócrata de verdad, de esos que perdieron sus empleos, sus familias, sus vidas y comen cable desde que el golpista felón asaltara el Poder.
Lo comprendo: a enemigo que se retira, puente de plata. El problema es que ni los veo retirándose ni dispuestos a pasar puente alguno. Que no sea el del foso que nos separa, para terminar de descabezarnos y convertirnos en morcilla. Por lo cual pienso que nuestros generosos perdonavidas confunden las prioridades: la primera de las cuales es acorralar, debilitar, quebrar la moral del enemigo, para obligarlo a pedir cacao y solicitar puentes, así sean de latón. Y la segunda: darles hasta con el tobo precisamente cuando están débiles, purulentos, carcomidos por el cáncer.
Es lo que ellos han hecho. No les ha temblado el pulso para arrinconarnos, despeñarnos, reprimirnos y humillarnos.
¿O es que algunos de estos perdonavidas se olvidarán de los años de mazmorra de nuestros presos políticos, condenados por la inmoral y corrupta justicia de la Sra. Luisa Estela? No lo han hecho porque ellos, fascistas de tomo y lomo, saben que la política es un duelo mortal. No disparan balas de fogueo, como las de nuestros héroes de la Coordinadora Democrática y nuestros editores de pajaritos preñaos. Disparan a matar. Y después de matar, no preguntan. Afirman. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Cuenta Norberto Fuentes en su imaginaria pero muy documentada Autobiografía de Fidel Castro que cuando muchachito del colegio jesuita de La Habana y luego de golpear hasta reventarle su cabeza a un atrevido compañero de aulas que lo llamó "judío" - Fidelito todavía no era bautizado ni reconocido por el viejo Ángel Castro - le respondió al escandalizado curita que llegó a separarlos que le había dado porque jamás se rindió, de acuerdo a la convención impuesta por los jesuitas: se detiene el lance cuando uno de los combatientes se declara vencido. Camino a casa, quien cuenta la historia desde su exilio en La Florida, le narra a Fuentes que le recriminó a Fidel su mentira, pues el muchacho gritaba desesperadamente que se rendía. "Allí hay que darles con todo" - cuenta que le respondió Fidel -"cuando se han rendido".
Y yo me pregunto: ¿se les perdonarán los 157 mil homicidios instigados por el odio, la desidia y la complacencia de Hugo Chávez? ¿Se les perdonará por los 60 mil millones de dólares regalados y el trillón tirado a la basura? ¿Se les aplaudirá por la quiebra ética y moral de nuestro país? ¿Nos olvidaremos de tanto sufrimiento, tanto crimen, tanta corrupción y tanto deliro en aras de la "unidad nacional"? Una sola respuesta: más vale solos que mal acompañados. Depurados que corrompidos. Sanos que apestados.
La última gracia la protagonizan unos militares traidores que se bajan los pantalones ante la bandera cubana.
Trotski los fusilaba en el acto. Lenin los colgaba de una plaza pública. Mao los degollaba sobre el sitio de la traición. No se diga de Castro, que por quítame ahí esas pajas fusiló a Ochoa Sánchez y a Tony de la Guardia.
Está muy bien abrirles los brazos a los desencantados y prometerles el paraíso terrenal de la amistad, el entendimiento y la solidaridad. Pero está muy mal meterlos en un mismo saco con los arrastrados y felones. A esos, sin misericordia. Que beban la amarga cicuta de la pena por su alta traición.
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