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Caracas, Dtto. Capital, Venezuela
La participación de los oyentes y las denuncias forman el plato fuerte de PLOMO PAREJO. Conducido por el polémico Iván Ballesteros que se caracteriza por descubrir, analizar y difundir temas que conmocionan el acontecer político a través del contacto con sus protagonistas. Sus secciones ya son todo un éxito: “Plomo y Candela” con Ballesteros y la periodista Patricia Poleo, “Misión Imposible”, "El Jalabolas", "Qué hace Chávez con el dinero de los pobres" han dado mucho de qué hablar.

Frases de dictadura.

Frases de dictadura.
"Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”. Marqués de Lafayette.

Programa Plomo Parejo íntegro del día 03/04/2014

jueves, 3 de marzo de 2011

EL GADAFFI QUE CARGAMOS A NUESTRAS ESPALDAS

¿Cuándo tendremos la prueba fehaciente de los miles de millones de dólares depositados en cuentas en el exterior por quienes se han echado a las ubres del petróleo venezolano, saqueado sin miramientos por quien manda y ordena como el Último Rey de Escocia sin que lo asuste o acompleje un solo ojo que controle y fiscalice sus gastos, los de su familia y los de sus protegidos más cercanos, como le sucediera durante cuarenta y dos años al tirano de Trípolis?
Antonio Sánchez García
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           Recibo un artículo de Mariano Grondona, el gran pensador político argentino, publicado en LA NACIÓN de Buenos Aires bajo el nombre de El crepúsculo de las dictaduras unipersonales. En él se refiere, como cabe imaginar por el título mismo, parafraseado de El Crepúsculos de los Dioses – el Göttersdämmerung estrenado por Wagner en 1876 - , al crepúsculo de quienes se creen o se creyeran dioses del mundo árabe. A Ben Alí, de Túnez, a Mubarak, de Egipto y al más impresentable, represivo y cleptócrata de todos ellos, el coronel Muammar al Gadaffi. Una figura que se nos hace tanto más repugnante mientras más desnudo aparece en nuestros televisores. Tanto, que el rostro y sus atuendos comienzan a adquirir los perfiles de un personaje hollywoodense. Como lo fuera Idi Amin Dada, el siniestro dictador ugandés, digno del filme basado en la extraordinaria novela de Giles Foden llevada al cine por Kevin Macdonald bajo el título homónimo de El último rey de Escocia e interpretado magistralmente por el gran actor norteamericano Forest Whitakere.
            La figura de Gadaffi y la triste y lamentable historia de Libia bordean las orillas del absurdo y el delirio de la ficción. ¿Cómo no imaginar una secuencia de un filme imaginario que retratara la desmesura – hybris, en griego, como nos recuerda el culto y orteguiano Mariano Grondona -de su vida y la de sus mafiosas y voraces criaturas celebrando hace dos meses la última de sus noche viejas bebiendo Dom Perignon, comiendo caviar a manotazos y disfrutando de un concierto de la popstar Beyoncé gratificada con la modesta suma de un millón de dólares por los minutos dispensados a la familia real de la tribu de los Gadaffa?
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            Cuarenta y dos años, casi el doble de la vida que tenía cuando a los 26 años de edad se apoderara del trono y montara uno de los reinados más insólitos de la historia árabe contemporánea, bajo la mascarada de una supuesta
revolución verde. Informes perfectamente creíbles en quien está dispuesto a satisfacer los caprichos de su desaforada prole pagando un millón de dólares en honorarios y vaya a saber Dios cuántos por los gastos de traslado en avión privado y los de la estadía de la texana Beyoncé Giselle Knowles en Tripoli, quien vino del frío para hacerlos disfrutar de un concierto en tout petit comité, reportan que el aliados preferido e íntimo amigo del teniente coronel venezolano Hugo Rafael Chávez Frías posee cuentas bancarias en Londres cuyos montos ascienden a la módica suma de treinta mil millones de dólares.
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            Algunos millones de dólares de esos treinta billones invertidos en una celebración familiar de noche vieja. ¿Qué le hace esa rayita a los tigres del reino de Gadaffa perdidos en el desierto magrebí?
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           Ni la caída de Ben Alí ni la de Mubarak nos conciernen personal, nacional, políticamente. Ninguno de ellos fue enaltecido ni alzado al altar de nuestros sagrados dioses tutelares por quien se ha empeñado no sólo en cargar con el peso de una alianza contra natura con personaje tan funesto y hoy tan aborrecido por la comunidad mundial sino con el que ha sellado una amistad que va mucho más allá de las concordancias de estilo y alcanza las afinidades familiares, tan cleptocráticas y tan híbridas – valga decir: desaforadas – como las del líder de los Gadaffa.
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            Sobre las afinidades: circulan por la red, esa auténtica revolución horizontal, como nos lo recuerda Mariano Grondona, fotos del disfrute tan propio de las monarquías musulmanas que se han hecho proverbiales desde la publicación de Las Mil y Una Noches, mostrando a la familia presidencial venezolana, brotada del más fangoso y misérrimo de los suelos de Sabaneta, en plan Cristian Dior, Dolce&Gavanna, Hugo Boss, jets privados, pesados relojes de oro de a medio millón de dólares la unidad, posesiones a la Falcon Crest y principescos hoteles parisienses y otros privilegios más plebeyos, pero inalcanzables para un simple ciudadano de su república bolivariana de Venezuela como codearse con el jet set del deporte y la recreación. No se hable de los adolescentes que se mueren de hambre, se tirotean por arrebatarse un par de zapatillas y castran al vecino por un pase de coca en esos rancheríos que constituyen la carne de cañón electoral del tío presidente: fotos con estrellas de las Grandes Ligas obtenidas gracias a algún guiño de ojos del cónsul o el embajador respectivo. Algunos de los cuales, hoy en servicio en naciones árabes, ni siquiera balbucean el español.
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            Una de esas fotos muestra a una humilde matrona del interior de la república, humildemente vestida, cabello al viento, sin maquillaje y como recién salida de haber freído unas empanadas para matarle el hambre a su numerosa prole, entre los cuales un aspirante a oficial de nuestras Fuerzas Armadas. Los malintencionados la acompañan de la misma señora, algunos años después, pesadamente maquillada y glamorosamente peinada, llevando perrito digno de Tza Tza Gabor, mostrando con cierto descuidado dejo de “yo no fui” una multimillonaria cartera de marca, unas soberanas gafas de sol, una mano colmada de sortijas, la otra con el consabido reloj de oro y una reluciente cadena de oro rodeando su estirado cuello de recientemente adquirida nobleza presidencial.
            Son los milagros de las revoluciones, que a falta de las ideologías del pasado se travisten de colores. La del coronel Gadaffi es verde. La de nuestro coronel Chávez es rojo rojita. ¿Cuándo tendremos la prueba fehaciente de los miles de millones de dólares depositados en cuentas en el exterior por quienes se han echado a las ubres del petróleo venezolano, saqueado sin miramientos por quien manda y ordena como el último rey de Escocia sin que lo asuste o acompleje un solo ojo que controle y fiscalice sus gastos, los de su familia o los de sus protegidos más cercanos, como le sucediera durante cuarenta y dos años al tirano de Trípolis?
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            ¿Cuándo tendremos las certidumbres que ya tienen los libios que luchan denodadamente por sacudirse al parásito que llevan a sus espaldas?
  ¿Tendremos que recordar las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino o de Thomas Hobbes que vuelve a recordarnos Mariano Grondona, puestas en práctica por los rebeldes libios que no saben de la existencia del uno ni del otro pero actúan llevados instintivamente por el derecho natural que les asiste a sacudirse la lacra dictatorial que los oprime?
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           Si todavía quedaban algunos crédulos y tontos útiles, esos compañeros de ruta de los dictadores desde los tiempos aquellos en que Platón insistiera en convertir en filósofo al tirano de Siracusa – despropósito que por poco le costó la vida - , que defendían al déspota venezolano por considerarlo “un demócrata de origen”, el propio teniente coronel se ha encargado de ponerlos en autos.
            Incapaz de estar a la altura de su propia tiranía no ha resistido la tentación de salir en defensa “de su amigo” el coronel Gadaffi. Mientras el séquito de zarrapastrosos que lo secundan pretenden desviar la atención de la rebelión libia y la tormenta democratizadora que sacude al islam culpando a la mano peluda del imperialismo norteamericano de todo cuanto ocurre en el mundo árabe, él asegura desgañitándose frente a las cámaras de televisión que le siguen hasta en sus menesteres más íntimos que “a mi no me consta que Gadaffi es un asesino. Y en esta distancia no lo voy a condenar. Seria un cobarde frente al que ha sido mi amigo por mucho tiempo”. Y bajando el tono señala en otro contexto que no lo pueden culpar de los excesos que pudieren cometer “algunos de sus amigos”.
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            Es el máximo nivel de decencia que puede alcanzar quien es la copia fiel, made in Venezuela, del coronel de los Gadaffa: negarlo todo y cubrirse las espaldas por si algún día se sienta ante un televisor no a verse a sí mismo, como lo hace las 24 horas del día, sino a presenciar el juicio de su hermano del alma, el coronel Gadaffi, enfrentado a la Corte penal Internacional de La Haya. Dijo hace un año y medio, en la isla de Margarita y mientras le otorgaba una réplica de la espada que los peruanos le regalaran al libertador en reconocimiento a sus méritos en la gesta independentista de América Latina: “Gadaffi es a Libia lo que Simón Bolívar a nosotros, los venezolanos”. No pudo el Libertador revolverse en su tumba. Los huesos que le sobreviven están expropiados para uso discrecional del Gadaffi que cargamos a nuestras espaldas.
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            Razones tan híbridas como las narradas han llevado a la asamblea nacional a negarse a condenar la brutal represión que llevan a cabo las fuerzas uniformadas al servicio del coronel libio contra el pueblo que lucha por su liberación. La caída del coronel y el establecimiento de un nuevo gobierno libio es asunto de días, como sucediera en Túnez y en Egipto. En todos estos casos funcionó el derecho natural que les asiste a los pueblos a ponerle fin a las tiranías que los agobian mediante la incomparable fuerza de sus convicciones libertarias y sus anhelos democráticos. Es un derecho incluso canónico, al que nada ni nadie puede oponerse. Es un derecho que fuera brutalmente desconocido el 11 de abril de 2002, una fecha gloriosa de nuestro pasado que anticipara en una década lo que ha comenzado a ocurrir en el Magreb y amenaza con extenderse por el mundo como una tormenta libertaria.
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  Si la ONU hubiera condenado entonces a Hugo Chávez como hoy condena a su par y amigo íntimo Muammar al-Gadaffi – por los mismos excesos y los mismos delitos por los que lo llevará a La Haya – Venezuela se hubiera ahorrado una década de sacrificios, sudor y lágrimas. Y no sería hoy un erial devastado. No debiéramos olvidarlo. Es un derecho natural, como nos lo recuerda el derecho canónico.
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