Democracias prostitutas La mentira como política de Estado y hábito de los gobernantes

En el debate sobre los peligros que acusa la democracia, dentro de la misma democracia, los precursores de la Carta Democrática Interamericana reparan o tienen a la vista en su momento, hacia 1998, la experiencia del presidente peruano Alberto Fujimori. Advierten la degeneración que ocurre en los gobiernos que acceden al poder mediante el voto y luego derivan en auténticas dictaduras, envanecidos por el prestigio y poder detentados o quizás presionados por los peligros que se ciernen sobre sus pueblos, ante los cuales se asumen insustituibles. Se trata, en el caso, de una enfermedad sobrevenida, no genética.

ASDRÚBAL AGUIAR

Desde hace más de una década, no obstante, los hispanoamericanos hacemos frente a otra especie ominosa de degradación de la democracia por cuanto se forja sobre la mentira como política de Estado y hábito de los gobernantes.

Somos víctimas de gobiernos que avanzan hacia la dictadura usando y manipulando, consciente y deliberadamente, las formas y los contenidos de la democracia y del Estado de Derecho. Surgen así "demo autocracias" que hacen lo que uno de los más conspicuos teóricos de la democracia occidental, Norberto Bobbio, les niega como derecho a las mayorías en la democracia, a saber, su renuncia a la democracia y las libertades mediante el ejercicio de voto y por decisión mayoritaria.

Al ejemplo citado de la primera de tales desviaciones, se suman con atenuantes los gobernantes quienes, sin abandonar los odres de la democracia y sosteniendo sus lealtades hacia ella, procuran acabar con el principio de la alternabilidad en el ejercicio del poder. Álvaro Uribe, ex presidente de Colombia, rectifica en buena hora pero bien pudo ser el emblema de lo que es contrario a una verdadera democracia: la permanencia en el poder y sin límites de los gobernantes.

En su circunstancia, Esteban, el innombrable de nuestros compatriotas, no calza en la horma de Fujimori. Su reforma constitucional de 2008 es tramposa e inconstitucional y su gobierno, antes bien, es el molde dentro de la hipótesis sucesiva mencionada de corrupción y envilecimiento de la democracia.

Él y sus acólitos de Nicaragua, Ecuador y Bolivia, fieles discípulos y meras prolongaciones, todos a uno, del régimen castro-comunista de La Habana, son la muestra acabada y actual de la falacia democrática residente antes en las democracias populares que conoce el siglo XX y perturban, sin lograrlo, el significado de la democracia moderna, a secas.
Prometen la felicidad en el futuro a costa de la esclavitud de sus pueblos en el presente, a la par que de nuevo tachan a la democracia liberal por incapaz de resolver, en lo inmediato, los problemas del bienestar colectivo.

Pero otra especie de malformación agravada dentro de la democracia ocurre hoy y hace presa de los gobernantes democráticos quienes se tasan al mejor postor y en los mercados de la ignominia. Son los agentes de la democracia amoral o prostituta, que todo lo negocia y pacta como si los arreglos o pactos inherentes a la esencia de la democracia no cuentan con límites. 
La España de Rodríguez Zapatero es el icono. Nada le significan los valores éticos e irrenunciables que atan la democracia a la primacía del Derecho y al respeto y garantía de los derechos fundamentales, como norma que obliga a todos los estados en el manejo de sus relaciones exteriores.

Si en Hispanoamérica se violan de modo sistemático los derechos humanos y se vulneran las constituciones políticas, como ocurre en Venezuela bajo el gobierno de Esteban, a Zapatero y su canciller, Trinidad Jiménez, el asunto les rueda sobre las espaldas. ¡Y es que no son las suyas las que se doblan bajo el peso del nepotismo militar y marxista del innombrable!
Entre el ser y el no ser, con ocasión de los dineros que produce el oro negro venezolano -ese que se lleva a la tumba al ex presidente argentino Néstor Kirchner, otro cultor de la demo-autocracia- el Presidente del gobierno español prefiere cuidar de su cliente sin mirar a los lados. Afirma, pues, que bajo el régimen de Comandante de Sabaneta, aliado confeso de las FARC, de la ETA, y también suyo, no existen presos políticos, aun cuando la Comisión y la Corte Interamericanas de Derechos Humanos digan lo contrario a pie juntillas.

Zapatero y la Jiménez son el testimonio de algo peor a lo que representa Esteban, ya que éste miente por convicción o manía y aquellos lo hacen bajo sueldo. Quizás vencen pero nunca convencen, diría Miguel de Unamuno. Son los traidores reales de la democracia en la hora corriente.
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Alberto Rodríguez Barrera