Acierta en esta constatación como también en sus apreciaciones de la estatura del liderazgo opositor. Chávez se derrumba inexorablemente producto de sus monumentales errores. Y si no termina por desbarrancarse, como un día no tan lejano sucediera con Pérez Jiménez, se debe a la sencilla razón de que no enfrenta a la Junta Revolucionaria ni a Rómulo, a Caldera o a Jóvito Villalba. Que si el liderazgo opositor estuviera a la altura de las circunstancias se desmorona como un castillo de naipes.
Quien escribe estas líneas lo constata a diario. Encuentra por doquier una desbordante e inquebrantable voluntad de ir a votar el 26. Pero nadie o casi nadie lo hará por algún candidato de sus preferencias, que a muchos de ellos, con excepciones muy notables y notorias, ni siquiera los conocen de nombre. Ni mucho menos por darle un espaldarazo a la MUD, que no les provoca mayor entusiasmo pues no ve en ella mayor vocación de Poder.
Lo harán por pasarle factura a Chávez, a sus acólitos de la asamblea, a sus ministros encapuchados, a sus ladrones de PDVSA y a sus sinvergüenzas de PDVAL. Lo harán por escupirle en el rostro a Cilia Flores y sus vasallos, a los cubanos que nos ofenden y humillan con su prepotencia imperialista. Lo harán porque no soportan un litro más de lecha vencida y un kilo más de pollo podrido. Lo harán porque no se calan un minuto más de asesinatos e impunidad. Porque quieren respirar tranquilos y dejar el enguerrillamiento. Porque están ofendidos de ver la sumisión y el entreguismo de nuestros soldados.
Esa es la verdad. Del liderazgo, a ojos de los votantes empecinados, se salvan los que han dado testimonio de su coraje y su desprendimiento. Los que no le han temido a la cárcel ni a las huelgas de hambre. Los que han renunciado a ponerse donde haya algo, así sea en la futura asamblea. Los que no han huido.
Es muy importante tenerlo presente. Pues se aproxima la hora de la verdad.
Ilustrado por Alberto Rodríguez Barrera
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