Hace tiempo escribí aquí sobre la asfixia en el cual se había convertido la geografía para los desdichados que la habitamos. Apenas unas letras sobre el comienzo de un deterioro del ambiente sobre el cual convenía llamar la atención, sin el afán de utilizar el tema como una forma torcida de combatir a la "revolución". Nadie tiene porqué recordar lo escrito entonces, de allí que me atreva a señalar que, sin ningún afán de originalidad, insistía en cómo los especialistas hablaban de nuestros tiempos como los tiempos del hambre y de la sed. Lo que entonces no era sino la aproximación a un problema que apenas se perfilaba entre nosotros, hoy se convierte en una incontrastable evidencia sobre la cual sería irresponsable guardar silencio. No sólo por las carencias que ya sufrimos en todos los rincones, sin la seguridad de contar con la luz que nos ilumine ni con el líquido que mantenga el organismo, sino también por la dolorosa impresión que produce el abandono del paisaje.
El abandono del paisaje guarda relación estrecha con las referidas carencias, pues el descuido de los bosques y de las selvas que se ha vuelto, por desdicha, una marcada característica del entorno, conduce a la desaparición de las fuentes acuíferas que se requieren para la conservación de la vida y para la producción de recursos sin los cuales la civilización contemporánea pierde la oportunidad de desarrollarse sin causar el perjuicio de sus criaturas. Un vistazo de la regiones de la Orinoquia y la Amazonía bastan para sustentar la alarma. Regiones sobre las cuales posa la vista el mundo, no en balde son reservorios de fuentes naturales cuya magnitud se revela como alternativa para aliviar los aprietos de otras latitudes, en su parte venezolana son presas de la incuria. Garimperios desenfrenados, mercaderes de drogas y desalmados de toda laya hacen con los recursos lo que se les antoja, ante la ausencia de una autoridad que no los vigila cuando está cerca, o saca provecho de la depredación. Ni siquiera respetan esos insólitos "exploradores" los sitios sagrados de las culturas indígenas, amparadas por el discurso oficial pero en la orfandad cuando se requiere su custodia. Del simple tránsito del viajante queda un inventario escandaloso: la fauna terrestre diezmada por la tala o la quema de espacios antes frondosos e impenetrables, los peces muertos por la destrucción de las fuentes de agua dulce, la erosión enseñoreada en lo que las crónicas de la antigüedad juzgaban como señales del paraíso terrenal. También observa el viajero la falta de población, pues el limbo en el que se han tornado los proyectos de colonización facilita asentamientos nómades integrados en su gran mayoría por nacionales del Brasil a quienes importa poco o nada el destino del suelo que explotan. En los llanos y en los Andes el panorama es semejante, si cambiamos la desolación que causan los garimpeiros por el caballo de Atila de los contingentes de guerrilleros y paramilitares adueñados de entrañables parajes.
Las terribles impresiones contrastan con las posibilidades reales del paisaje, si se trabajan en términos serios a mediano plazo. No sólo a través del manejo profesional de las posibilidades hidroeléctricas, sino mediante la promoción de los beneficios aportados por el viento, por el sol, por el carbón y por el impulso de las mareas usualmente desatendidos como herramientas capaces, no sólo de detener una desolación susceptible de evitar los extremos a los cuales puede llegar la subsistencia de la sociedad, sino también de ofrecer alicientes a la vida en un ambiente regenerado y hospitalario. También mediante el establecimiento de poblaciones estables, especialmente en lugares fronterizos que en la actualidad son tierra de nadie. ¿Tarea ciclópea? Un elocuente libro señala lo contrario.
El libro no fue escrito por un político de oficio, ni por un opinador irresponsable. Se trata de Venezuela, opciones geográficas, apenas uno de los aportes que debemos a las investigaciones de Pedro Cunill Grau. Tiene otras obras sobre el tema, pero aquí compendia lo fundamental desde una perspectiva estrictamente académica sobre lo que se ha tratado ahora, sin penetrar la parcela de la política ni manipular asuntos alejados de sus propósitos de especialista. Me refiero a su contenido porque abunda con propiedad en diagnóstico sobre los peligros de un entorno en proceso de continuada destrucción, porque sabe como pocos de qué se trata y porque sugiere hartas soluciones en sus páginas. Pero también porque le quita al artículo que ya termina el carácter banderizo que suelen tener los de quien está por terminarlo. Lo que ahora importa es que el país no se nos convierta en un desierto.
Elías Pino Iturrieta
eliaspinoitu@ hotmail.com
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