Realmente, lo que faltaba.
Encima de todo lo deprimido que en estos momentos se encuentra el estado Lara, sumido en franca regresión, parálisis de obras emblemáticas, el colapso del sistema de salud, con los niveles de desempleo disparados, y el hostigamiento de la empresa privada, nos llega otra plaga, quizá la más identificada con la revolución, y también la más siniestra, esta vez por la vía menos procedente: la del aula. La de los liceístas.
Ahora el sujeto pasivo es el joven que sus padres, muchas veces con gran sacrificio, envían cada mañana a los liceos, con la esperanza de que allí se formen y preparen, a los fines de encarar los desafíos de un porvenir que sin duda se mostrará más exigente, más complejo.
La denuncia del Colegio de Profesores de Venezuela es categórica, devastadora. La penetración de 217 liceos bolivarianos sólo en esta entidad, con el propósito de secuestrar ideológicamente a los estudiantes e incorporarlos a tareas de propaganda política para la perpetuidad del régimen, no puede pasar inadvertida, como ya ha pasado con tantos dramáticos alertas.
Debemos partir de un hecho irrefutable. Se trata de muchachos en edad comprendida entre los 13 y 17 años, es decir, menores de edad (¿qué dicen de eso los señores encargados de aplicar la Lopna?), quienes nacieron a la conciencia social, o política, bajo este “proceso”. No tienen más referencia histórica que la que asuman por la tradición oral y los textos, que en estos momentos son reescritos, mutilados, puestos a señalar esta hora como aquella en que la patria verdaderamente nació, con la “independencia definitiva” liderada por quien transmite la sensación de desplazar ya a Simón Bolívar, en gloria y genio.
“Quien atenta contra un niño, o lo manipula con perversión, ha perdido ya todas las virtudes”, dijo ayer en llamada al periódico, el celebrado poeta tocuyano Juan Bautista Saldivia, desde su lúcida postración octogenaria.
Los educadores están dando una batalla sorda, que con frecuencia trasciende a la opinión pública en una indignación que los honra. ¿Reaccionarán también los padres y representantes, o se resignarán a entregar el cerebro de sus hijos para ensayo tan torcido? El dato, contenido en los oficios que ya llegaron a los liceos de Cabudare remitidos por el Ministerio de Educación, y el de la Juventud, a través de la Zona Educativa, en el sentido de que esa labor de catequización socialista estará a cargo de “profesores cubanos”, coloca un elemento capaz de remover cualquier asomo de indiferencia.
En suma lo que está en juego es el riesgo de que la educación venezolana sea convertida en un inmenso tinglado para la exaltación de una doctrina que además de ruinas dejó un reguero de millones de muertes por donde pasó. La imagen de nuestros muchachos captados para glorificar a un amo apoyado en sus fusiles, podría ser la semilla que acabe por echar los frutos de la ruptura social, partiendo por el propio seno de la familia, ya partida en dos por los efectos de esta polarización que nos hunde.
Esto sólo traería desolación, atraso, miseria. Podríamos perder entonces el tren de la historia, del progreso. Si partimos de la idea que nos legara Víctor García Hoz, en el sentido de que la educación representa “el perfeccionamiento intencional de las potencias específicamente humanas”, el país camina en estos instantes, de la mano del régimen, por la senda contraria. El pronóstico, por tanto, no deja de ser angustiante.
Lo que procede es abrir un gran debate. Airear esta propuesta que confisca, ya no a las empresas solamente, sino al principal capital que puede atesorar cualquier sociedad: la de las generaciones llamadas a asumir el relevo, ante tiempos que no deben ser otros que los de la promisión, los del avance, los de la libertad.
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