Chávez terminó pisándose la lengua, castigo de su cuerpo. Si un presidente fuera llevado ante una corte para responder de sus mentiras, delito de alta prioridad para incorporar a la próxima constitución, debiera recibir el mayor castigo hasta ahora imaginado y puesto en práctica en la Venezuela de la canalla rojo-rojita: 30 años de cárcel. Sin derecho a reconsideración. Faltarían milenios para la condena que se merece el primer mentiroso del país, si las mentiras fueran delito.
“¡Nuestra economía está blindada!” – afirmó orgulloso hace algunos meses. A su vera Gepetto el carpintero, papá del muñeco. Hoy yace aportillada, convertida en el colador por cuyos huecos se desparrama la sangre de la Nación. Venezuela, ya exangüe, está al borde de la bancarrota, el Banco Central es un desierto.
Las deudas ahogan a PDVSA, que ha reducido su producción a niveles prehistóricos. Nos estamos comiendo empréstitos que aún no comenzamos a honrar. Nos hemos esclavizado ante los chinos. Se estarán sobando las manos ante el negoción hecho ante el más irresponsable de los presidentes venezolanos de su historia. Está hipotecando a nuestros bisnietos. Le ha entrado a saco al país potencialmente más próspero de la región. Hundiéndolo en la ruina. Para saciar sus insaciables ambiciones caudillescas. Merecería pagar esta condena que le echa al cuello a varias generaciones de venezolanos del futuro.
Que el país de grandes economistas haya venido a caer en las manos de Giordani el chiflado, un profesor trastornado por ideologías del siglo XVIII, y de Merentes, de quien más vale guardar un profundo y discreto silencio, habla por si solo. Un cantinero de cuartel se apoderó del coroto. El resultado es que después de haber dispuesto de novecientos cincuenta mil millones de dólares estamos en la carraplana. El bochornoso amanecer del festín, el amargo despertar después de la borrachera homérica ya está entre nosotros. La hemos venido anunciando desde el momento mismo en que un teniente coronel sin la más mínima preparación y ningún sentido de la responsabilidad recibiera un país en compensación por un horrendo crimen: los golpes de estado de 1992. En España todavía estaría preso. Pregúntenselo al teniente coronel Tejero.
Ante este corralito de facto en que se han encerrado nuestros pocos bienes, inmovilizadas las importaciones, al borde de quedarnos sin alimentos – convertidos en importadores de caraotas y de arroz, nuestros medios esenciales - ¿qué hacer con esta pandilla de rufianes y tirapiedras que saquean las pertenencias de honorables venezolanos para saciar su insaciable sed de venganza? ¿Esto, comunismo? Ya te aviso chirulí. Saqueo, y punto. No les queda otro remedio que caerle a saco a la prosperidad privada: robarle a la Polar. Canibalismo puro.
Cuando la economía desplaza a la política y se apodera de nuestras pesadillas, a coger palco. Lo que queda es agarrarse a dentelladas. Bolívar se hizo el pendejo hasta que le arrebataron las minas de Aroa. Allí fue que decidió jugarse el pellejo por aplastar a los invasores. ¿Estamos cerca? Si queda un adarme de racionalidad en algún rincón de Miraflores, que comiencen a consumirlo. Que después no se vayan a llorar al valle.
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Alberto Rodríguez Barrera
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