A Henrique Machado Z.
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Alegra y satisface constatar que a pesar de los pesares, la sociedad democrática se unifica tras el propósito de reconstruir el tejido político, social, económico y moral de nuestro país tan gravemente dañado tras once años de esta barbarie caudillesca travestida de socialismo. El evento del domingo 25 de abril tiene un hondo significado, más allá incluso de sus hechos. Fortalece la ruta hacia la reconstrucción democrática y abre auspiciosas perspectivas para una salida pacífica y constitucional a la grave crisis que vivimos. Un desiderátum al que debemos aspirar, no importa cuan dudosas sean las esperanzas de que un gobierno profundamente autoritario y que tanto ha avanzado en la implementación de un régimen dictatorial y neo totalitario como el de Hugo Chávez, se resigne a dejar el Poder pacíficamente y enfrentar las consecuencias de sus actos. En Brasilia ha vuelto a declararlo sin que aparentemente provoque escándalo: no está dispuesto a entregar el Poder. En ese sentido se hace altamente recomendable actuar como lo propusiera Gramsci, el gran pensador y político italiano: con el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia.
Debemos, por lo mismo, enfrentar el futuro permanentemente atentos a la tentación del zarpazo totalitario. Fortaleciendo nuestra estrategia democrática, pacífica y constitucional – en todo su amplio espectro - pero sin perder un solo instante en el resguardo de nuestras posiciones, denunciando ante el mundo las sistemáticas violaciones a nuestros derechos, demandando la liberación de nuestros presos políticos y haciendo conciencia en el concierto internacional del carácter abigarrado y monstruoso de esta “democradura”, como la calificara la comisión de la Internacional Socialista que emitiera recientemente tan duros y concluyentes juicios sobre el estado de fragilidad en que sobrevive, a duras penas, la democracia venezolana.
De allí, por lo mismo, la necesidad de actuar simultáneamente en un doble nivel: fortalecer la unidad electoral, resolver los conflictos irresueltos - es esencial encontrar satisfacción a los requerimientos de Enrique Mendoza, un lider esencial de nuestras luchas - echar a andar la maquinaria electoral de partidos y organizaciones, con programas y propuestas que expresen nuestra voluntad de reconstruir nuestra democracia con particular atención sobre las respuestas sociales inmediatas a los graves conflictos de pobreza extrema, desempleo, alto costo de la vida, inseguridad que vivimos. Con particular incidencia sobre los graves problemas de servicios básicos: agua y electricidad. Causados por la monstruosa imprevisión del gobierno y su terrible incapacidad gerencial.
Sin embargo, el segundo nivel de acción es aún más importante y trascendente. Se refiere a la necesidad de crear las bases estructurales y políticas para enfrentar el futuro y poder asumir la conducción del país con seguridad y éxito. Resolver no sólo los graves desajustes de seguridad interna, el caos ciudadano, la anarquía social y los intentos por dinamitar el buen curso de una democracia de consensos, que serán puestos en acción por las fuerzas de la disolución exactamente como sucediera en los primeros años de nuestra recién fundada democracia. Chávez no hará mutis sin dejar su huella. Podría abarcar acciones incluso sangrientas, de naturaleza paramilitar. No ha montado su milicia para adornar los tristes y desangelados desfiles que tanto placer parecen provocarle. Es una pretoriana guardia de reserva para cuando necesite el lenguaje de la violencia.
Ese segundo nivel de acción debe consolidar, en primer lugar, una etapa superior de unidad. Muchísimo más amplia, compleja y ambiciosa que la meramente electoral conformada por los partidos en la Mesa de Unidad Democrática, que se agotará una vez alcanzado los propósitos del 26 de septiembre. Una unidad estratégica para todo un período de alianzas que debiera contemplar dos aspectos esenciales: avanzar desde ahora mismo hacia la reunificación de las familias políticas venezolanas, atendiendo a sus ideologías y proyectos, por una parte; y alcanzar la Concertación Democrática de esas familias unificadas para llevar a cabo las grandes tareas de reconstrucción nacional que el momento y las circunstancias nos imponen.
Todos los procesos de transición hacia la plenitud democrática desde regímenes dictatoriales o neo dictatoriales como el que hoy sufrimos, han sido dirigidos por la Concertación de las principales fuerzas políticas respectivas. Ejemplar fue el caso del Pacto de Punto Fijo que permitió pasar del régimen dictatorial de Pérez Jiménez al de la democracia a partir del 23 de enero de 1958. Serviría de modelo para el tránsito desde el franquismo a la democracia monárquica, realizada en España en los años setenta gracias a los llamados Pactos de La Moncloa. Y del mismo signo sería el llamado pacto de la Concertación Democrática, iniciado como un mero acuerdo coyuntural para enfrentar el plebiscito de octubre de 1988 en Chile, para convertirse en una exitosa alianza de partidos que detentarían el gobierno chileno durante cuatro períodos y veinte años de entendimiento. Todos ellos con un éxito notable. Imposible imaginar el presente de España y de Chile sin consideración a tales grandes acuerdos macro políticos. Como imposible imaginar esos cuarenta años de progreso continuo y estabilidad institucional como los vividos en Venezuela entre 1958 y 1988.
Todos esos ejemplos no hubieran sido posibles sobre la base de una multiplicidad de partidos con abigarradas conformaciones internas y diversidad de proyectos e ideologías. Se cumplieron sobre la reestructuración y consolidación previa de grandes agrupaciones políticas. En el caso venezolano, concurrieron en esencia tres grandes partidos: AD, COPEI y URD. Quedó marginado del acuerdo de entendimiento democrático, el Partido Comunista. Lo que resultó de fatal incidencia sobre el curso posterior de los acontecimientos, sacudidos, además, por la grave y nefasta incidencia del castrismo, responsable en principal medida de la desestabilización que caracteriza los últimos cincuenta años de historia política en América Latina.
El caso español tuvo como principales protagonistas a los herederos políticos del franquismo, ganados para la causa de la modernidad democrática española y ubicados en el centro social cristiano y en el liberalismo conservador español, que darían origen luego al Partido Popular, por una parte, y al Partido Socialista Obrero Español y al Partido Comunista, por la otra. Además de diversas agrupaciones políticas regionales. Algo semejante sucedería en Chile, en donde la Concertación se conformaría con los reconstruidos partidos Demócrata Cristiano y Socialista, así como el Partido Radical Socialdemócrata y el Partido Por la democracia, de orientación socialdemócrata. Al margen de la Concertación, pero brindando un apoyo constitucional al proyecto de reconstrucción democrática, se situarían Renovación Nacional, de centro derecha, y la UDI, de derecha.
¿Es imaginable avanzar hacia una eficiente y efectiva Concertación Democrática como la chilena debiendo armar el consenso entre más de veinte partidos políticos, apenas expresión de la auténtica representación del pueblo soberano y algunos de ellos de casi insignificante representación electoral? Me atrevo a considerarlo enormemente difícil, por no decir imposible. Una cosa es ponerse de acuerdo para escoger candidatos – y vaya las dificultades que se pusieron de manifiesto y el saldo problemático aún irresuelto – y otra muy distinta armar un bloque de poder para enfrentar las ingentes tareas de gobierno que deberemos asumir una vez de regreso al escenario de la democracia institucional.
De allí la necesidad de asumir el reto de reagrupar a las familias políticas venezolanas y tratar de convertirlas en auténtica expresión de la sociedad civil. Es absolutamente ilógico que los partidos de orientación socialdemócrata, como AD, UNT, ABP, PODEMOS, el MAS y otros partidos cercanos a la ideología de la democracia social y que hacen vida en la llamada Internacional Socialista inicien un proceso de reagrupamiento y tiendan a reunirse en un gran partido socialdemócrata venezolano. O encuentren alguna forma de unidad que facilite el proceso de su identidad ideológica, su proyecto estratégico y sus propósitos en vistas a la Venezuela moderna que quisiéramos construir. Lo mismo es esperable de los partidos desgajados de COPEI, hoy enfrentados tras proyectos personales de distinta naturaleza pero sustancialmente acordes en su filosofía originaria. Nos referimos al mismo COPEI, a Proyecto Venezuela, a Primero Justicia y, en fin, a los distintos grupos que se identifican en torno a una ideología liberal y socialcristiana, encontrando en la ODCA, en la UPLA y en partidos de centro derecha como el PP español o la CDU alemana su expresión cimera. La actual configuración partidista es incompatible con una democracia moderna.
Venezuela fue vanguardia en la conformación de los partidos políticos de la modernidad. Mientras los otros países de la región se esforzaban por encontrar un régimen de partidos acordes con las necesidades de la modernidad, ya Venezuela se sentía expresada por dos grandes partidos, acompañados por otros de menor densidad y jerarquía pero subordinados al proyecto bipartidista. La crisis que hoy vivimos fue impulsada y favorecida, en gran medida, por el desmoronamiento del poder articulador de dichos partidos y la emergencia y proliferación de un archipiélago de partidos, algunos de muy escasa vigencia pero suficientemente dañinos y de profundos efectos circunstanciales como para quebrarle el espinazo al Pacto de Punto Fijo y arruinar la grandeza de alguna de sus propias obras.
Reunificación de los partidos y conformación de una gran Concertación por la Democracia: esas son las dos grandes tareas del momento. Avanzar hacia una cabal expresión partidista de la sociedad civil y estructurar un liderazgo sólidamente unido como para asumir las difíciles y pesadas tareas de gobierno que el futuro nos impone: esa es nuestra misión histórica. El futuro ya está golpeando a nuestras puertas. Abrámoslas cuanto antes.
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Alberto Rodríguez Barrera
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