Vinicio Guerrero Méndez
“No favoreceré a nadie ni halagaré a ninguno; yo no sé adular a nadie; si
lo hiciere mi creador me castigaría”
(Job 32:21-22).
Siempre trate de evadir este tema pero ya es incalable la situación.
Jamás se había visto tamaña muestra de servilismo y adulación
corrupta por parte de señores pagados con nuestros propios fondos
públicos. Cada día podemos notar que los ciudadanos honestos y
trabajadores nos fregamos para ganar el sustento a sus hogares
mientras que otros a base de lisonjear llevan una vida ostentosa.
La costumbre de ridiculizar a los prepotentes y soberbios es muy
antigua, y se basa en la simple observación de que detrás de
ellos, siempre vienen los aduladores. A propósito, una sátira a la
adulancia que más risa ha causado: cuando José Tadeo Monagas
preguntaba la hora, un adulante que siempre tenía al lado le
respondía: “La que usted quiera que sea mi general”.
La alabanza es la acción de declarar con expresiones de aprecio
el buen concepto que se tiene de otra persona. Debemos alabar a
Dios de todo corazón y con regularidad en nuestra adoración; con
expresiones sinceras y de agradecimiento. No está mal alabar a los
seres humanos. La alabanza merecida por conducta o logros que
la merecen edifica tanto al que lo da como al que la recibe, hace
que aumente el afecto mutuo, anima al individuo a ponerse metas
dignas de encomio. La alabanza merecida estimula los valores que
alguien se ha puesto delante. De tal manera que debemos utilizar
nuestra forma de hablar de un modo que honre primeramente a
Dios y a nuestros semejantes.
La adulación en cambio es la acción de alabar a alguien pero de
manera exagerada e insincera, generalmente por el interés de
obtener algún beneficio.
Da tristeza ver como algunas personas de manera excesiva
adulan al exterminador –perdón- a su mentor, llegando incluso
a darle una imagen exagerada de su propia valía y recae más
propiamente sobre las circunstancias que hacen notable la cosa
exagerada. Saca de quicio esa situación porque esa desmesurada
adulación llega al punto de deformar la verdad o realidad de las
cosas fuera de todo asidero racional, a tal extremo que en lugar
de dar el mérito esperado, ridiculizan al que sirven sin vergüenza
alguna; es increíble que en su hablar dibujan una adhesión fanática
e irracional. Muchas veces los labios aduladores debilitan la
resistencia que oponemos a la conducta inmoral.
Hombres que en la mayoría de los casos son profesionales y
cuando hablan lo que dan es pena. Se arrastran sin necesidad
alguna. Son hombres que otrora respetaban la ley y por ello, hasta
sentíamos respeto y consideración debido a su manera ejemplar de
expresarse y actuar. Este tipo de servilismo no pudiera ser tomado
en cuenta si esta persona fuese ignorante. Con esto no hacen
más que perder la medida de sus halagos y se convierten en seres
patéticos y ridículos y acaban como simples bufones a quien nadie
toma en serio.
Los exhorto a reflexionar, no tengan pretensiones desmedidas,
mas bien sean moderados en su propia estima. No olviden que en
la vida por mas poder que se ostente y crean dominar al mundo,
siempre abra un fin idéntico al de todo mortal y el surgimiento de
otro poder lo que trae como consecuencia que cuando el adulado
cae en desgracia, el adulador se hunde con él.
VINICIO GUERRERO MENDEZ
vinguerrero@hotmail.com
“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este
derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de
investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin
limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. (Art.19 de la
Declaración Universal de Derechos Humanos)
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