DE LA “NADA BALDÍA” A LA CURIOSIDAD Y A LA NOSTALGIA.
Para Ileana, y su esposo Arturo Comas, expedicionario.
Como cualquier persona siempre he sentido mucha curiosidad por el pasado, no sólo por el pasado de Cuba, por cualquier pasado de cualquier parte del mundo; es decir, por la historia. Pero también he afirmado anteriormente que no me interesa para nada la historia con el afán de apropiarme de fechas, datos precisos, y demás; me fascina –en tanto que novelista- el lado sentimental, emocional, de la historia, o sea, el costado psicológico, caracterial, de la historia, el tejido sincero del pasado.
En el último concierto organizado por la dictadura en el Malecón habanero, Silvio Rodríguez leyó un atribulado discurso donde habló de la “nada baldía”, que quería -según él- conducirnos al pasado, lo que es científicamente imposible. Qué pena que no expresó lo que sí es una realidad comprobada científicamente, que lo único que nos ha hundido en el abismo de la ignorancia es la “nada baldía” en la que nos hundió la dictadura castrista apartándonos de nuestra verdad histórica, borrando un esplendoroso pasado cubano, escamoteándonos pasajes extraordinarios de nuestra memoria, y tergiversándonos la columna vertrevral y ancestral de nuestra nación; será porque él ha contribuido directamente a mentir sobre ese pasado.
Yo no siento nostalgia por la Cuba que dejé, esa Cuba no me interesa en lo absoluto, lo que resulta muy duro, muy doloroso; porque es especialmente complejo no poder contarle a los hijos de uno, de que no conservamos recuerdos sociales colectivos de nuestra infancia, dignos de ser extrañados, y menos de la juventud, y, por otra parte, el exilio no constituye una experiencia – al menos cuando se trata de un exilio forzado- que debamos asumir como precisamente agradable.
Sin embargo, yo profeso una enorme curiosidad por el pasado de Cuba, y ese pasado me proyecta hacia una nostalgia de lo que no viví. Las novelas de Guillermo Cabrera Infante, la literatura de Lydia Cabrera, y de otros escritores de altura, que vivieron esa época republicana, me conducen a una vida convulsa, extremadamente rica en experiencias, de una belleza incalculable, sobre todo porque había sueños, existían los objetivos, y se anhelaba conquistar aún más de lo alcanzado. Es obvio que nada de eso lo pudimos conocer los que nacimos después de 1959, o los que eran aún pequeños cuando el castrofascismo se apoderó de la isla.
Los acontecimientos de Bahía de Cochinos yo no los viví de manera directa, aún cuando ya yo existía, pero apenas contaba 1 año y meses. La historia que nos hicieron, a “los hijos de la revolución”, es que el imperialismo y sus mercenarios habían querido apoderarse de la isla, y que Fidel Castro nos había defendido de semejante monstruosidad, o sea, el discurso totalizante: “nada baldía” a pulso.
Por suerte, yo tuve madre y abuela, y ambas se encargaron de contarme lo que en realidad se decía, lo que ellas habían oído, lo que había acontecido verdaderamente. Cubanos exiliados se habían preparado para liberar a Cuba del “fidelismo” –era como ellas le llamaron cuando yo tuve uso de razón para entenderlo. Recuerdo nítidamente el miedo que se apoderó de mí cuando mi madre me aseguró que en la escuela mentían, que así no era la verdadera historia, que ella y mi abuela me la contarían, pero que yo no debía repetirla en ninguna otra parte; que sólo podíamos conversar de esos temas con ella y con mi abuela, con nadie más. ¿Y con tía? Pregunté yo. A abuela se le daba mal hablar mal de su otra hija, aunque en realidad no hablaba mal de ella, sino de su esposo: “No –interrumpió mi abuela-, con tu tía nada de nada… No por ella, por su marido, que anda con gente que no me gusta nada, con esos fidelistas”.
Muchísimos años más tarde, en Miami, y en Los Ángeles, conversando con algunos de aquellos hombres valientes, ya mayores, que participaron y sobrevivieron a la invasión traicionada y abortada, absolutamente todos confluyeron -después de contarme sus amargas experiencias, de ver morir a amigos, de saberlos fusilados, de haber estado en la rastra de la muerte y haber tenido que soportar el vil asesinato de sus compañeros-, todos, sin excepción me reafirmaron que no se arrepentían de haber hecho lo que hicieron, y mucho menos de haber ansiado liberar a su país del castrofascismo.
Muy de vez en cuando recuerdo la voz de aquel valiente cubano, expedicionario de Bahía de Cochinos, al que interrogaban en los juicios castristas, y que declaró firmemente, que ellos no fueron engañados por nadie, que ellos estaban allí para recobrar la libertad, para defender a Cuba, y para que Cuba volviera a ser lo que era, un país con todas las ventajas de la democracia. Cito de memoria. Y termina: “porque la razón estaba de nuestra parte”.
Yo hoy, 17 de abril del 2010, a punto de cumplir 51 años, le digo a aquel valiente expedicionario, que todavía vive en Miami: Que la razón sigue estando de su parte, y de la parte de los valientes, de aquellos que quisieron salvarnos de la “nada baldía” que nos impusieron. Yo era una niña pequeña, y sólo puedo agradecer lo que ellos, la Brigada 2506, hicieron por la libertad de nuestro país y por nosotros, los niños infelices del castrofacismo. Gracias.
Zoé Valdés.
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Frases de dictadura.
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