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Frases de dictadura.
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viernes, 16 de abril de 2010
Milicia de pan con mortadela... la describe Alexander Cambero
Opina Gente
Publicado el 15.04.2010 17:32
Por Alexander Cambero
El ejército popular quiere que le resuelvan su pago. Bajo el cielo caraqueño un desfile ramplón de ciudadanos que buscan entre sus pertrechos, las migajas que les dieron para prestarse al show mediático del comandante del museo militar. Enfundados en uniforme de combate recorrieron la avenida Bolívar con el armamento ruso que resbalaba coquetamente en manos inexpertas. Están allí, para rellenar fotos y crear la sensación de un pueblo que se desvive por su héroe intergaláctico. Un comando que anda soñando en que por fin, le cumplan el rosario de promesas que lo hacen formar parte de estas coincidencias históricas con las marchas hitlerianas. Sólo que aquella estructura contaba con una formación doctrinal y castrense de primer nivel. Que las hizo ser uno de los soportes fundamentales del ambicioso plan demoníaco del carnicero de Berlín.
Viajaron toda la noche. Su armamento tiene el poder disuasivo del pan francés con mortadela, un cuarto de jugo y alguna fruta que disfrace el hambre momentánea. El coordinador del grupo reparte la paga que ayuda con algo en la casa, surgen las instrucciones en donde se escuchan las arengas forzadas por Hugo Chávez y la revolución. Pasan la lista. Quién no esté pierde el trabajo, deja su puesto en las universidades bolivarianas y hasta el sueño de conseguir la inicial para una vivienda; nada de conversar con medios de comunicación golpistas. Si los entrevistan digan que vienen de algún sector caraqueño en donde se adora a la revolución. Añade el instructivo 006 – guerrilla.
En el silencio del viaje está el chantaje. Muchos de esos actores del circo militar vienen obligados por la amenaza. Juegan con el hambre popular al colocar a ciudadanos entre la espada y la pared. Y es que si no fuera por las conocidas presiones el gobierno revolucionario no reúne una cuadra de personas. Es tal el deterioro en el apoyo de la gente que solo hay que mirar las caras de fastidio de los pocos que aguantan toda la andanada de sandeces que profiere la lengua presidencial. La mayoría decide escabullirse hasta algún centro comercial en donde puede disfrutar de las bondades que brinda el poder elegir lo que uno quiere. Otros van al mercado del cementerio, es preferible comprar un buen jeans y dos franelas unicolores que soportar el relato del intento de magnicidio número cuatro mil.
Cerca de la concentración esperan los rifles Kaláshnikov. Es la primera vez que la mayoría de este contingente los puede tocar. Hay que dar la sensación de ser un componente militar susurran los organizadores. Con el recuerdo de la necesidad se disfrazan de elite de combate y avanzan con los nervios de punta. Quizás algunos de ellos, pidiéndole a Dios, que no suene un cohetico; si eso ocurriera no queda ninguno en la avenida, incluyendo a Esteban de Jesús. La pantomima militar en veloz huida a resguardarse en cualquier ventorrillo de empanadas. Después, saldrán orondos como guardianes eternos del trono del sátrapa que conmemora ocho años de su rendición y arrugue. ¿Y dónde quedaría Esteban? Se preguntan algunos, deseosos de encontrar a quien tiene que pagar el viaje. Después de todo el susto es algo que no estaba incluido en las instrucciones que dieron en el camino.
Después de terminado el show volver a la realidad. Los miles de venezolanos buscan afanosamente los autobuses que los conduzcan a su región. Es la hora de cobrar el otro 50% que ofrecieron al salir. Eso de calarse un discurso con la misma tontería de siempre, vestirse de verde oliva y llevar un fusil Kaláshnikov es como demasiado riesgoso para quien deseaba ir hasta Caracas.
Ahora todos vuelven a casa. La ciudad capital va muriendo en la retina de un cansado miliciano. El estomago hace estragos y se confunde con el sueño, busca afanosamente entre las grandes bolsas algún rastro de pan con mortadela, los jugos están calientes como la mayoría de ellos. Volver a Caracas para sentir que todo se derrumba. El mismo discurso embustero que promete una prosperidad que no llega a cachito con jamón.
Alexander Cambero
alexandercambero@hotmail.com
twitter alecambero
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