Mientras el racionamiento de electricidad y los presos a juro por ser colombianos encandilan con razón los titulares de la prensa, la inflación y el desempleo siguen haciendo estragos en la vida diaria de los venezolanos. Las encuestas no recogen la gravedad de la situación porque otros problemas, como la inseguridad y las fallas de los servicios públicos, acaparan la atención.
Pero la persistencia en el alza de los precios, que se siente cada vez que debemos adquirir alimentos o atender otras necesidades, va horadando no sólo la capacidad de compra sino también la paciencia de las familias y los consumidores, con el agravante de que cada vez es mayor la posibilidad de quedar sin empleo y, en consecuencia, sin ingresos seguros.
Las estadísticas oficiales así lo certifican a regañadientes. De acuerdo con los números suministrados por el domesticado Instituto Nacional de Estadísticas, en febrero de este año 1.117.568 personas buscaban empleo sin esperanzas de lograrlo. Es decir, 200.000 más que en la misma fecha del año pasado. Lo que era de esperarse, debido al desmantelamiento sufrido por el aparato productivo y la paralización de las inversiones.
La tasa de desempleo se elevó a 8,6%, muy superior al promedio de los últimos meses. Al mismo tiempo, tanto los venezolanos que tienen empleo como los que no lo tienen, deben hacer frente a una inflación chavista tan desbocada que ya no es noticia destacar que es la más alta de América Latina y, desde luego, una de las mayores del mundo. Aplausos por este logro.
De acuerdo con los últimos datos del Banco Central de Venezuela, en marzo los precios aumentaron 2,4%, una tasa que duplica exactamente la del mismo mes del año anterior (1,2%) y que es 33% más elevada que la de febrero de este año (1,6%).
Esta aceleración en el aumento de los precios es particularmente marcada en el rubro de "Alimentos y bebidas no alcohólicas" (3,5%), que predomina en los gastos de los sectores pobres de la población.
Esta combinación letal de inflación y desempleo, que afecta particularmente a las clases populares, se une a la disminución de la producción y la pérdida de valor de la moneda para formar un cuadro recesivo que hace evidente el fracaso de las políticas económicas del gobierno rojo rojito.
Pero los encargados de ellas, que son prácticamente los mismos desde hace 11 años, en vez de modificarlas le cambian de nombre para intentar hacerlas atractivas. Tales políticas han sido denominadas sucesivamente bolivarianas, de la tercera vía, socialistas del siglo XXI y ahora las llaman marxistas.
No obstante, el resultado ha sido siempre igual: se trata de políticas fallidas que pudieron disimular sus efectos negativos cuando los ingresos petroleros se mantuvieron en niveles de record, pero cuyos daños para la población se hacen cada vez evidentes y se reflejan en la disminución del bienestar de la gente y hasta en las estadísticas oficiales.
El Editorial
EL NACIONAL -
Martes 13 de Abril de 2010
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