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La expropiación como forma de gobierno, tiene una larga hilera de fracasos que mostrar
Sidor, Cemex, el hotel Macuto Sheraton, el Hilton, haciendas y fincas, centrales azucareros, mercados, todas las empresas básicas, la Cantv, La Electricidad de Caracas, centros comerciales, contratistas de Pdvsa, Banco de Venezuela, el resto de los banquitos decapitados en la guerra contra la boliburguesía, fábricas e industrias, edificios, terrenos, cooperativas, medios de comunicación, empresas de producción social. Venezuela toda. Son 11 años jugando a ser Fidel Castro. Por eso la lista de la obra destructora es muy larga. El Gobierno que ataca el capitalismo, pero que lo práctica de manera descarnada, tiene una línea de acción invariable: todo lo que toma por asalto, lo destruye.
Hasta el modus operandi está rayado. Pasa el líder intergaláctico con la corte, el escudo humano y la muestra médica de pueblo a los fines televisivos. Echa un ojo simulando sorpresa, mira a las cámaras con cara de Hércules y exclama un qué hace esa mole ahí o qué hacen esos galpones ahí, o qué hace ese hotel ahí. De inmediato vendrá un dime Diosdado, o dime Jesse, o dime Reyes Reyes, o dime Nicolás o dime Ramírez. Es lo de menos. Siempre son los mismos héroes del 92 rotando en las alforjas del poder desde hace más de dos décadas. Justo en este momento viene un primer plano, el líder coloca su dedo índice en la sien izquierda y con cara de Albert Einstein, suelta un se me acaba de ocurrir, o un tengo una idea, o un es que estoy pensando en...
Y aquí viene el acto justiciero propagandístico letal. Miles de trabajadores, dependiendo de dónde se encuentre el señor de los dedos mágicos entrarán en pánico y temblarán a la espera de la sentencia revolucionaria. Y viene. No se hace esperar.
Ahí, donde están esos galpones podemos construir una urbanización socialista, o una gallinero vertical, o un cultivo organopónico, o una universidad, o una escuela. Cualquier cosa vale. Acto seguido, esta vez con cara de Bolívar en Carabobo, suelta el famoso ¡exprópiese!, que provoca de inmediato el desmayo de propietarios, empleados, obreros, vecinos. Y, no faltaba más, el aplauso desaforado de la focas y focos que conforman el comando mediático de ataque a la propiedad.
La parte final de la rutina contiene una buena dosis de insultos contra el antiguo propietario del hasta ese momento muy mal usado terreno o galpón, casa o edificio, finca o hacienda. Mientras los enfranelados de rojo gritan histéricos el así, así, así es que se gobierna y se ganan emotivos primeros planos en los medios del señor.
Lo que viene también es conocido. Un año después, o menos, lo expropiado estará abandonado, sucio, sin las casas prometidas y sin los antiguos empleos. Revolución en marcha.
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Alberto Rodríguez Barrera
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