Sienten el resuello de sus perseguidores en la nuca y comienzan a tirar las máscaras. Una cosa es ser demócrata con viento en popa y otra muy distinta serlo cuando la cuerda comienza a estrangularlos y ya no queda espacio para el disfraz, la impostura, la mentira, el engaño. Apretujados entre la espada y la pared sueltan prenda. Llegó el momento de la verdad. Trátese de los miembros del ALBA, trátese de Lula da Silva. Incluso de Rodríguez Zapatero. Todas ellas crías de Castro, el Viejo. Al que le deben obediencia y veneración.
Cuentan quienes conocieron a Marco Aurelio García, el aide de chambre de Lula da Silva, durante su exilio en Chile en los años de la Unidad Popular, que por entonces ni soñaba con que algún día viajaría en primera, se alojaría en grandes suites de hoteles de postín, cargaría pasaporte diplomático y sería recibido en las cortes del poder imperial solo o acompañando a un obrero metalúrgico que a veces le hace el gesto de la ventriloquia. Era un modesto perseguido político, furibundo trotskista – como lo sigue siendo a juzgar por su castrismo militante- y perfectamente consciente de que permanecer en el Brasil de los generales – administradores de una dictadura que fue juego de niños en comparación con la de los hermanos Castro, que él y su jefe tanto admiran – lo hubiera llevado a la cárcel, en donde a su pesar se hubiera visto obligado a usar el uniforme de los presos comunes. Pues la barbarie – sea marxista leninista o manchesteriana, bolchevique o caudillesca – no reconoce presos políticos. Ni acepta que haya opositores dispuestos a luchar por sus principios con el precio de sus vidas. A lo más que puede llegar es a aceptar que hay políticos presos, como lo señala el administrador del protectorado castro lulista en Venezuela, Hugo Rafael Chávez. Para quien los presos de su bolivariana voluntad son poco menos que testigos excrementales.
Eran los años de la Unidad Popular bajo la presidencia de Salvador Allende, que sí reconocía la existencia de los presos y perseguidos políticos, razón por la cual le abrió las puertas a cientos de brasileños – entre ellos a nuestro mentado personaje, que pudo sobrevivir gracias a la solidaridad de quienes luchaban por la libertad de los presos políticos en la región - y a miles de argentinos, uruguayos y otros perseguidos por dictaduras gobernadas por aprendices de brujo. Enanos impúdicos en comparación con el Maquiavelo de los trópicos. Crasa diferencia la actitud de Allende ante cualquier preso político con la del ex obrero metalúrgico, para quien un preso político es una cucaracha burguesa, a la que hay que aplastar como Luis XIV a los condenados en sus mazmorras. Desadaptados, criminales, vagabundos a los que no hay que permitirles desconozcan la autoridad de estas cortes de los milagros, sumiéndose en huelgas de hambre para chantajear a los buenos gobernantes. Se refiere nuestro inefable Lula da Silva entre baboso y amodorrado por un buen Johnny Walker etiqueta azul a Fidel Castro, a Raúl Castro, a Ramiro Valdés.
No quiere Lula, el de la sedicente “nueva izquierda”, que se le falte el respeto a las instituciones cubanas. Como no acepta que se le falte el respeto a las brasileñas. ¡Como si la justicia brasileña y la cubana fueran una y la misma cosa! ¡Extraordinaria manera de ofender a la justicia del país que gobierna! Y para aclarar cualquier duda en quienes considera tan cínicos como él mismo, explica que no acepta huelgas de hambre de los asesinos, rateros y proxenetas brasileños, congéneres de Orlando Zapata Tamayo. Ladrón juzga por su condición. Corre luego su valet de chambre a reforzar tamaña estulticia señalando que el Brasil brasileiro no se inmiscuye en los asuntos internos de otros países. Claro, cuando no es el propio trasero el que está en peligro. Y se está bien apoltronado en el trono. Ya los quiero perseguidos como en el pasado, para ver si guardan el mismo respeto a la no ingerencia. ¿Pensarán lo mismo que Lula y García los miembros del Senado brasileño que no pertenecen al PT?
Todos, al unísono y en comandita, ponen el grito en el cielo ante el rechazo y el desprecio que sufren los Castro por la muerte de Zapata Tamayo. De Chávez a Evo Morales pasando por Lula y su aide de chambre. Representan la hojarasca de una generación política que comienza a vivir su ocaso. Han gozado de todas las protecciones burguesas que hoy les niegan a los perseguidos cubanos. Han disfrutado de las mieles del Poder. Quién los vio, quién los ve. Han escupido al cielo. Les costará limpiarse las caras.
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Alberto Rodríguez Barrera
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