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Como bien diría Chivo Negro: así son las cosas. O Ripley: aunque usted no lo crea. Que el segundo de a bordo pueda exhibir curriculum tan lanzallamas y tenga el poder como para mandar encarcelar al prefecto de Caracas, Richar Blanco, y se ensañe con uno de los políticos más sobresalientes de la breve historia democrática de la república, el ex presidente de una cámara de diputados que se encontraba a años luz de este antro que funge de asamblea, dos veces gobernador del Zulia y candidato a la presidencia de la república Oswaldo Álvarez Paz lo dice todo. A este insondable abismo de la nada hemos llegado. A esta inmundicia. En brazos de esta zarrapastra hemos terminado.
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Ya el mundo comienza a encargarse de retratarlos de cuerpo entero. Y basta mencionarlo, para correr el albur de que un mendigo en estado de derecho decida ordenar tu encarcelación. ¿En qué universidades se graduaron estos administradores del desorden y la inmoralidad? ¿Qué autoridad académica expidió los diplomas y títulos que exhiben en sus vitrinas estos asaltantes contumaces? ¿Quién dictó las leyes de que se valen para, torcidas al antojo y voluntad del Mandamás, encarcelar la virtud, aherrojar la decencia, engrillar la honra de la patria?
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Faltarán siglos para olvidar tanto abuso, tanto estupro, tanta iniquidad. Y años, muchos años, tal vez generaciones para enderezar el árbol torcido de la Patria. Un muro de los lamentos del tamaño de la muralla china para que los venezolanos vayamos a darnos de cabezazos por no haber seguido en su momento lo que dictaba la decencia y la legalidad: castigar a los golpistas e impedirles de por vida levantar cabeza como para que osaran ocupar el sillón de Simón Bolívar y de Rómulo Betancourt, malversado uno y despreciado el otro por el militarismo corrupto, avieso y prepotente que hoy deshonra la integridad de la Nación.
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Somos, para infinita desgracia nuestra, olvidadizos y veleidosos los venezolanos. Y así como jugamos al golpismo banalizando la tragedia ominosa del 27 de febrero y el escándalo criminal del 4 de febrero, mandando a nuestros hijos a jugar con bombas de agua disfrazados de paracaidistas sediciosos, así podríamos mañana perdonar los 150 mil asesinatos, la dilapidación de 950 mil millones de dólares, la destrucción del Guri y de nuestras industrias básicas, la perversión de nuestras fuerzas armadas, la paralización y destrucción de nuestras industrias, el saqueo impúdico y monumental a los fondos de la Nación, pero por sobre todo: la deshonra aterradora de nuestro sistema de justicia, la venalidad de los jueces, la abyección de nuestros magistrados, la carencia de dignidad de nuestras autoridades.
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El caso Álvarez Paz roza las cotas de lo que debe y no debe ser tolerado. Es una prueba al temple, a la sabiduría, a la grandeza de la Venezuela decente, la opositora, que sobre la otra, la que avala y ampara estas monstruosidades más vale por ahora guardar el más sabio y discreto silencio. Toca el Mandamás la cuerda más sensible del sector más sensibilizado, con la intención de provocar la indignación incontrolada como para terminar por darle el palo a la lámpara, decretar el estado de excepción, cancelar el proceso electoral del 26 de septiembre y salirse con la suya, estableciendo una horrorosa dictadura en nuestra Patria. Se equivoca: reaccionaremos con el mismo temple y la misma grandeza que nos enseñan Álvarez Paz y Richar Blanco. Pensando con el corazón en el futuro de la patria y no con nuestras vísceras en la dulce y tierna venganza de la auténtica justicia.
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Nadie nos quitará el inmenso gusto de darles la paliza que se merecen el 26 de septiembre. Compren maletas y baúles, que se acerca el momento de la despedida. Allí los esperaremos: en la bajadita.
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Alberto Rodríguez Barrera
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