“Como turismo, inventó el abismo, la desilusión. Tocó el diamante, y lo volvió al carbón y al atorrante lo sembró en la administración.
Turururú tururú turururururú.”
Silvio Rodríguez, en La Desilusión.
Mientras la oposición y el gobierno anteponen la agenda electoral a cualquier otra cosa, las medidas económicas tomadas por este último, siguen avanzando edulcoradas con las declaraciones de sus voceros, que no dejan de tener presente en su discurso la palabra necesidad. Claro necesitan convencernos a todos de que la devaluación de la moneda, la caída del PIB, la inflación, el insuficiente incremento del salario mínimo, el elevado costo de la canasta alimentaria, los reiterados cortes de electricidad, la inseguridad, la incapacidad de los alcaldes para recoger la basura, la corrupción, los cráteres que pueblan nuestras calles, la sequía de nuestros embalses y ríos, el reciente aumento del precio del pollo, del azúcar, del arroz, así como el prolongado ayuno de una sola propuesta orientada a paliar nuestros males, es la antesala de nuestra triunfal entrada en el Paraíso.
La otra palabrita que no sale de la boca de los voceros oficiales y de algunos opinadores afectos al Gobierno Nacional, es Traición. Con esa palabra pretenden descalificar, etiquetar y someter al escarnio público a todos aquellos a quienes como el que escribe, cometen el pecado de contradecir las opiniones de aquellos que parecen vivir narcotizados en medio del país de Alicia, aquel de las maravillas.
Así las cosas la desilusión avanza a paso de vencedores. Se hace especialmente presente trajeada a la usanza de las viudas de antaño, en los pasillos y expendios de los mercados, allí donde no se consigue café, ni azúcar, ni leche, ni mantequilla a precios regulados. Frente a los manteles desplegados en las aceras de nuestras principales avenidas, donde los buhoneros nos venden al triple de su precio todos esos productos bajo la mirada socarrona de la policía, de los funcionarios del Indepabis y hasta de uno que otro Ché Guevara estampado en la franela de algún compatriota. Ella edita los titulares de la prensa diaria. Se adueña de los deudos que todos los fines de semana se aglomeran en las puertas de la morgue a reclamar a sus familiares asesinados durante el fin de semana. La desilusión abraza, se nos pega rancia en nuestros rostros y acompaña a los invasores en su obstinado empeño de arruinar todas las áreas donde permanezca en pie algún arbolito verde. Acompaña a las víctimas del secuestro Express y otras modalidades, mientras le canta la zona a los policías que aprovechan la infraestructura de la institución, para extorsionar, para delinquir. La desilusión arenga a los ciudadanos a los que hace quince días o más no les llega el agua, allá arriba en el barrio donde sobreviven, los anima a trancar las calles y a exigir una respuesta que ningún funcionario se atreve a dar, a pesar de lo dispuesto en el artículo 51 constitucional. La desilusión diseñó la hipoteca de nuestros recursos petroleros en la Faja del Orinoco y la Plataforma Deltana, a las empresas trasnacionales como la Repsol, la Chevron y la Texaco, mientras a nuestros hermanos wuaraos se los sigue comiendo la plaga, la parasitosis intestinal y la malaria.
La desilusión apaga los hornos de Sidor en Guayana y permanece burlona observando como languidecen nuestros trabajadores allá en las empresas de Guayana. Ella va al Banco Central de Venezuela y autoriza que nuestras reservas internacionales sean usadas para que PDVSA pague sus deudas y se financie el resto del denominado gasto corriente, que alimenta al burócrata indolente que nos mancilla y no desatiende en todas la oficinas del Sector Público Nacional, Estadal y Municipal. Allí se lima las uñas y les coloca un poco de esmalte, habla de telenovelas, lee la prensa y espera inactiva y silente a que llegue la quincena, cansada, exhausta va cada treinta días y retira sus cesta tickets. La desilusión se auto postula a las elecciones del PSUV y a las de la Mesa de la Unidad. Confía en que nos convencerá de que todavía vale la pena elegir a esa cuerda de zánganos que pululan en la Asamblea Nacional, mientras ríen y le dan la espalda al país, olvidándose por completo de que a 11 años de revolución, es una verdadera vergüenza que aún no se haya actualizado nuestro vetusto Código de Comercio, ni se le haya dado al país un nuevo Código Penal, por ejemplo. La desilusión se auto secuestra en las cárceles, allí con ayuda de la Guardia Nacional y de los Custodios del Ministerio del Interior, introduce armas y drogas azuzando a los internos, confrontándolos, asistiéndoles en sus reyertas, ayudándoles a que se derrame su sangre. Pasea por las fiscalías y por los tribunales. Allí para ahorrar energía eléctrica, apaga todas las luces y equipos, justo a la una de la tarde y contribuye al retardo procesal, difiriendo cada día centenares de audiencias, sean estas preliminares o de apertura a juicios orales y públicos. Con una Sentencia en la Sala Constitucional, decide que el 90% de nuestros ilustres magistrados puede jubilarse ya. La desilusión aplaude, queda ronca después de gritar varias horas patria, socialismo o muerte, ignorando que la patria chico es el hombre como decía nuestro amado Alí Primera y que el socialismo camaradas no tiene nada que ver, con estas medidas que en su conjunto son una copia calcada, pero actualizada de la vieja Agenda Venezuela de Caldera, neoliberal y salvajemente capitalista, que no sería trágica y más grave, sino viniera con su antifaz de socialismo y se hiciera en nombre de nuestro Libertador Simón Bolívar, en contra de todos nosotros sus hijos.
Por: Rubén Villafañe
Fecha de publicación: 11/03/10
http://www.aporrea. org/actualidad/ a96858.html
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