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Al parecer el divorcio entre la Organización de Estados Americanos y la realidad real de las sociedades que dichos Estados juran representar se ahonda y profundiza. Los pueblos de América se indignan ante los asesinatos de Estado que comete el régimen cubano contra inermes y humildes trabajadores, empujados por la persecución, la represión, la cárcel y la tortura sistémicas del castrismo y una oleada de rechazo provoca el encarcelamiento de un líder socialcristiano venezolano por la justicia del horror que se ha establecido en nuestro país bajo la autocracia del teniente coronel Hugo Chávez, mientras los Estados de la región, con muy dignas y honrosas excepciones, como la de Panamá, miran de soslayo. Y en el colmo de la irresponsabilidad, la apatía y la desidia reeligen por unanimidad a uno de los mayores responsables por tal divorcio: el burócrata chileno José Miguel Insulza. Un caso verdaderamente patético y lamentable.
Todo ello sucede mientras los chicos malos del ALBA, acicateados por Cuba, financiados por Hugo Chávez y legitimados por Lula da Silva, inician esfuerzos por montar un parapeto en donde la impunidad por los atropellos que cometen quienes quisieran una América Latina esclavizada bajo las coordenadas del castro chavismo se vea asegurada con la ausencia de los Estados Unidos y el Canadá. Hacen el amago de abandonar un barco que naufraga, renunciando a la ímproba tarea de sacarlo a flote y reconvertirlo en un instrumento de la democracia y la libertad, para montar una suerte de club de amigos de la revolución cubana. Que ampare y proteja a quienes no tienen otro proyecto estratégico que liquidar la institucionalidad democrática de nuestros países. Y todo ello a vista y paciencia de gobiernos democráticos que antes que exigir la aplicación incondicional de la Carta Democrática que ellos mismos redactaran, firmaran y promovieran aceptan y convalidan disposiciones formales y burocráticas que anulan en los hechos la esencia misma de dicha Carta Democrática. Un caso verdaderamente patético y lamentable.
Así de patético y lamentable fue el reestreno en sociedad del reelecto Secretario General de la OEA y sus ominosas e inaceptables respuestas a la seria e implacable requisitoria de la periodista de CNN Patricia Janiot. Reincidiendo en su típica brutalidad cuartelera, la misma que en su país de origen llevara a distinguirlo con el apodo de El Panzer y que confunde Realpolitik con atropello, ha dicho tan suelto de cuerpo que la OEA es el mejor de los mundos, que sus ejecutorias son merecedoras de los mayores elogios, que él ha agotado todas las instancias y competencias de que lo faculta el cargo y que si alguien tiene la culpa por los desafueros que comete Hugo Chávez – suficientemente documentados, a su pesar, por el último informe de la CIDH – son los gobiernos, que no han elevado una sola exigencia por intervenir en la trágica situación que enfrentan los demócratas venezolanos. A su manera, una explicación del perfecto burócrata que se lava las manos ante las situaciones que le corresponde cautelar, pero que no deja de tener un ápice de razón. De la que se vale para creerse en el mejor de los mundos.
Donde no la tiene, ni previsiblemente la tendrá en este turbio y amenazante quinquenio que nos promete, es en el hecho cierto de que en dicha entrevista, celebrada momentos después de su reelección, no asumió públicamente el compromiso con el que lo respaldara el recién electo presidente Sebastián Piñera y tácitamente muchos de los gobiernos de la región: comenzar desde hoy mismo a plantear y promover la reforma de ese patético y lamentable organismo, de modo que los violadores de sus constituciones y los represores de sus pueblos – como los Castro, los Zelaya y los Chávez - no tengan la última palabra a la hora de someterse al juicio de sus pueblos, de la opinión pública mundial y del derecho internacional.
¿De qué vale, en efecto, que un organismo serio y responsable como la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos emita fundados informes sobre las violaciones a dichos derechos, como en el caso de Venezuela, y la misma OEA tenga las manos atadas ante el responsable de dichas violaciones, pues en él descansa el derecho a aceptar o rechazar dicho informe? ¿De qué valen informes que no son vinculantes? ¿De qué vale José Miguel Insulza, acomodado en las insuperables limitaciones burocráticas de su cargo y convertido en una suerte de vigilante del tránsito de las autopistas de la desestabilización? ¿De qué vale identificar al violador si es él mismo el responsable de dictar detención y sentencia?
Ciertamente: un caso patético y lamentable.
Pongo el acento en el caso del Dr. Insulza por una sencilla razón, que merecería ser comentada: en la actual circunstancia los problemas nacionales que enfrenta la mayor parte de los países de la región son de naturaleza internacional, regional, si se me permite el término ya en desuso: panamericanos. Dichos problemas se derivan, en gran medida, del influjo desestabilizador inducido consciente, sistemática, estratégicamente por la alianza Castro – Chávez - Lula que desde la conformación del Foro de Sao Paulo a comienzos de los noventa apuesta al fracaso de los intentos por estabilizar regímenes democráticos en la región. Venezuela, Ecuador, Bolivia y en cierta medida Nicaragua nacen de golpes de Estado promovidos por una estrategia continental. No son expresión de fenómenos estrictamente nacionales, como las revoluciones caudillescas del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX. Desde el triunfo de la revolución cubana, todas las revoluciones habidas en la región tienen su impronta. Han dejado de ser rebeliones nacionalistas para convertirse en insurrecciones deudoras del marxismo leninismo internacional. Tienen por objeto el asalto y toma del Poder para instituir regímenes totalitarios.
La reelección de Insulza, que acompañó el apogeo de dicho proceso de apoderamiento y se cumple ante el fracaso de dicho intento como consecuencia de la valerosa acción del pueblo hondureño y la reacción antichavista que comienza a observarse a lo largo y ancho de América Latina, se cumple precisamente en medio del giro copernicano que marca el comienzo de la segunda década del siglo. Durante la cual emergerán gobiernos liberales con un proyecto estratégico acorde con la globalización y la apertura e integración a los mercados globales. El primero de los cuales será sin duda el de Sebastián Piñera en Chile. Y cuyos objetivos internos se orientarán hacia el progreso y la prosperidad de las naciones, la superación de la pobreza y la creación de riqueza como respuesta mancomunada a las pretensiones socializantes del castro chavismo.
¿Podrá la OEA, con Insulza a la cabeza, adecuarse a esa estrategia y asegurar el comportamiento democrático de sus naciones para permitirles estabilidad política, legitimidad institucional y prosperidad material? ¿Se cumplirá por fin el magno proyecto bolivariano de una unidad continental en el sentido de la construida en Europa al término de la Segunda Guerra? ¿Se enterrarán por fin los delirios anfictiónicos y toda la chatarra folklorizante del bolivarianismo, ese lastre que nos ancla a los siglos XVIII y XIX?
Los sucesos que comienzan a sacudir la modorra cataléptica de la sociedad cubana, embrujada desde hace medio siglo por los efluvios y encantamientos de Fidel Castro, parecen anunciar cambios muy profundos en la arquitectura política del castrismo. La indignación mundial provocada por el asesinato de Estado cometido en la figura del heroico albañil Orlando Zapata Tamayo no parece superable mediante los sofisticados y cruentos artilugios del arte del dominio, el vasallaje y la seducción de Castro. La izquierda mundial parece haber agotado sus reservas filo castristas y la maravilla épica de la Sierra Maestra parece haber rendido todo sus filones. Tras cincuenta años de tiranía, la epopeya del Granma y el evangelio de los doce sobrevivientes de la homérica travesía, incluido un Ché Guevara extenuado en medio del temporal por sus ataques de asma, no bastan para legitimar una inmundicia como la montada por una minoría racista, megalómana, maquiavélica y perversa como la de los hermanos Castro, Ramiro Valdés y su entorno de malvados.
Por paradójico que parezca, la última hornada de castrismo en la región ha terminado por hundirlo en el mayor descrédito. Un teniente coronel golpista, un sindicalista cocalero, un pedófilo perverso y un oportunista han dejado al descubierto las tripas fascistoides y autocráticas del proyecto. Castro, el homérico, ha venido a dar a Chávez, el tropero. La revolución moral ha venido a parar a la mayor corrupción jamás vivida en América Latina. El socialismo del siglo XXI enseña su atorrancia ante quien quiera ver, oír y comprender. Sin la mano estirada no hay razones que expliquen y legitimen la locura provocada en estos años pasados por quien no tiene otros atributos que una verborrea avasallante y un manirotismo de quien no tiene la menor conciencia del valor del dinero. Porque ni es el suyo ni ha sudado una gota para ganárselo.
A la seducción de hace una década sucede ahora el agotamiento y el asco. A Chávez y su grupete se les acabó la gracia. Les queda la morisqueta. Comienza la pesada etapa del pase de facturas. Posiblemente estemos viviendo los últimos coletazos de aquel año 1989, cuando un mundo nacido en 1917 y que le hiciera contener el aliento al universo entero se deshiciera como una pompa de jabón. ¿Sucederá lo mismo con el castro chavismo, extrañamente hermanados en esta trágica coyuntura? Dios tiene la palabra.
Antonio Sánchez García
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