Vinieron en cambote. Impulsados por el griterío. Ensartados en el discurso tantas veces repetido de que merecen el futuro apropiándose de lo que otros han construido. Llegaron por ese camino oblicuo de la frustración que desemboca en la ira. Y como estaban impacientes para escuchar, arrasaron la tierra, destrozaron sembradíos, quemaron magnolias, rompieron las banquetas donde algunos de ellos en otra ocasión se sentaron.
Mientras se ejecutaba esa ceremonia del aborrecimiento a la vida, las autoridades permanecieron en silencio y es posible que acaso el asunto se les antojó atractivo. Entonces los padres de Inés y Valentina Quintero sintieron la peor humillación: el acto de barbarie estaba refrendado por una ofensa mayor, la impunidad.
Cierto que la tragedia que acaban de padecer los padres de dos venezolanas una, historiadora; la otra, periodista no es nueva. Más de 20 mil fincas, haciendas, hatos e incluso humildes conucos han sido invadidos por personas quizás necesitadas de vivienda o empleo, y a quienes esta suerte de pesadilla a lo Freddy Krueger llamada revolución los ha abandonado. Para ofrecerles, sólo tienen el discurso que exalta la debilidad de sus odios. Por eso la violencia con la que irrumpen en la tierra labrada y la queman, y lo celebran con el ritual de violencia que esperan los logre zafar de su miseria.
En el caso de estos venezolanos que buscaron un lugar para respirar, y que provistos de una invulnerable generosidad se ganaron el afecto de quienes ahora los ven como sus enemigos, el impacto es mayor y nunca terminan de saber en realidad qué pasó. Pero, es sencillo: el autor de esta tragedia nacional despacha en el Palacio de Miraflores, rodeado de tanques y pelotones, trancando las calles cuando viaja, encadenando la radio y televisión para contar chistes, y cuando su incapacidad para gobernar se hace transparente inclusive para los suyos, entonces apela al imperativo de quien revela su torpeza: ¡exprópiese!, ¡ciérrenlo!, ¡aprésenlo! De otro modo no puede entenderse la impunidad con la que actuaron estos matones disfrazados de líderes vecinales, y cuyo argumento se fundamentó en la amenaza de quemar vivos a los agraviados. El capitán de la GN que procesó la denuncia actuó exactamente como lo ha hecho Luisa Ortega Díaz frente a las amenazas de muerte a Granier o la golpiza a periodistas de la Cadena Capriles, o la pusilanimidad manifiesta de Clodosbaldo Russián cuando esquiva los casos de corrupción de gobernadores y alcaldes del PSUV.
Es en ese ámbito vergonzoso de la impunidad donde la utopía socialista de Hugo Chávez queda al desnudo. Un silencio cómplice que vale todo lo que dice, y que nadie sabe cómo seguirá cuando la misma cosecha del odio que acabó con la casa de los Quintero termine por arrasar también las haciendas de los Chávez en Barinas, bajo el mismo principio: esta tierra también nos pertenece.
E LIZABETH A RAUJO
elizaraujo@hotmail.com
TalCual // Política
Jueves 11 de Marzo de 2010
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