Opiniones
Publicado el 19.02.2010
Por Alfonso Rojo
El tipo me suena. Me refiero al mulá Baradar, el «número 2» de los talibanes detenido por la CIA y el ISI paquistaní en Karachi. He estado buceando en la Red, a la búsqueda de fotos del facineroso y lo único que he encontrado es una desvaída instantánea en la que aparece sentado en el suelo, descalzo, con reloj de pulsera y un turbante negro.
Dice «The New York Times» que la imagen la tomó hace más de diez años un fotógrafo afgano que trabajaba entonces para los fanáticos. En aquella época viajé con frecuencia a Kabul. Los gerifaltes del régimen daban las ruedas de prensa en el romántico y destartalado edificio que albergaba al Ministerio de Exteriores y a las periodistas occidentales, las hacían levantarse y ponerse de pie, al fondo de la sala, durante las ruedas de prensa. Y ni ellas ni nosotros chistábamos.
Lo primero que habían hecho, apenas entrar en la capital afgana, había sido ir a buscar el ex presidente comunista Najibullah a los locales de la ONU donde llevaba cuatro años refugiado, torturarlo, castrarlo con un cuchillo y colgarlo de un poste de tráfico. Ya deambulaban por la ciudad, en un toyota todoterreno, unos árabes de túnicas impolutas y se estaba fraguando el 11-S, pero no barruntábamos nada.
Los viernes bajábamos al polvoriento estadio de fútbol a ver ejecuciones, cortes de manos y otras lindezas de la justicia islámica. Nos alojábamos en el vetusto Club Alemán y hacíamos reportajes sobre las palizas que sacudían a los taxistas sorprendidos oyendo música y sobre los bestiales castigos que imponían al que pillaban viendo la televisión, volando cometas, jugando al ajedrez o con la barba recortada.
Lo que no atisbábamos, como les pasa a bastantes ahora, era el peligro, porque detrás de ese aspecto pastoral, de profetas del antiguo testamento que tienen tipo como el mulá Baradar, hay una gente malísima.
Alfonso Rojo
alfonsorojo@periodistadigital.com
Abogado y periodista español
* Este artículo fue publicado originalmente en el Diario ABC de España
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