Tiempo pasado. The New York Times reveló recientemente que, en la década de 1980, Fidel Castro volvió a solicitarle a Moscú la destrucción de Estados Unidos con un ataque nuclear preventivo. Ya lo había hecho en 1962, durante la Crisis de los Misiles, y dos décadas más tarde volvía a las andadas. ¡Ah, si él hubiera tenido armas nucleares otro gallo cantaría! Para el “Máximo líder”, acabar con Estados Unidos ha sido una pasión intensa, recurrente y, por ahora, inútil.
La historia, divulgada por el Pentágono, se supo por medio de un informe confidencial del general soviético Andrian A. Danilevich, oficial del Estado Mayor de la URSS y persona encargada de explicarle al belicoso comandante algo bastante obvio: la catástrofe afectaría a todo el planeta, y muy especialmente a Cuba, que sería barrida del mapa y de la historia, como una especie de moderna Atlántida.
Tiempo presente. Obama, junto a los gobernantes Gordon Brown de Inglaterra y Nicolas Sarkozy de Francia, anunciaron hace apenas unos días que los servicios de inteligencia de Occidente habían descubierto en Irán una segunda planta procesadora de uranio enriquecido, hasta entonces secreta. Por sus características, solo podía tener un destino: la fabricación de armas nucleares. Los iraníes lo admitieron a regañadientes, pero aseguraron que el objetivo final era la generación de energía.
Poco antes de las declaraciones de Obama, el fiscal general de Manhattan, Robert Morgenthau, viajó a Washington a denunciar públicamente la complicidad de Hugo Chávez con el Gobierno de Irán, incluida la colaboración entre Caracas y Teherán en materia de energía nuclear. Se sabe que Venezuela cuenta con una vasta reserva de uranio en el estado de Bolívar y se ha denunciado la exportación clandestina de ese mineral con destino a Teherán en unos vuelos semisecretos que semanalmente transitan entre las dos capitales con escala en Siria. Los israelíes, legítimamente preocupados, confirmaron este trasiego. Con esos datos en la mano, los analistas políticos y militares más experimentados han llegado a una espeluznante conclusión: presumiblemente, el uranio utilizado en la planta secreta iraní procede de Venezuela, pero no parece ser una simple transacción económica entre un país que vende uranio y otro que lo compra. Los acuerdos secretos entre Chávez y Ahmadineyad constituyen un verdadero joint-venture encaminado al desarrollo de armas nucleares para los arsenales de ambos países. Solo así se explican los continuos viajes, esfuerzos y desvelos de Hugo Chávez. El objetivo venezolano no es vender uranio sino convertirse en un poder nuclear.
Como ha contado persuasivamente el ex embajador norteamericano Roger Noriega, existe un acuerdo del 13 de noviembre de 2008 firmado en Caracas entre los dos gobiernos. Mientras Venezuela entrega el uranio, adquiere material electrónico para la fabricación de misiles teledirigidos que los iraníes no pueden comprar por el embargo impuesto por la ONU, y proporciona la red financiera internacional para camuflar el rastro económico, Irán aporta el conocimiento técnico y la elaboración final del proyecto. Son dos socios empeñados en convertirse en potencias atómicas.
¿Por qué Hugo Chávez ha dado un paso tan peligroso?
Para hacerse invulnerable en el continente americano mientras asume el trágico prestigio, nada simbólico, de quien puede acabar con sus vecinos (por ejemplo, Colombia) con media docena de cohetes con cabezas nucleares. Para poder amenazar a quien desee sin temor a represalias. Para tener frente a Washington lo que el general De Gaulle, en la década de los 60, cuando Francia fabricó su propio arsenal nuclear, definía como una “fuerza de disuasión”. Para continuar con su proyecto de conquista en el hemisferio dentro de una amplia e inescrupulosa familia política en la que cualquier gobierno es aceptable, siempre que sea antioccidental.
¿De dónde surge esta peligrosa estrategia? Vuelvo al principio del artículo: de la cabeza de Fidel Castro. El anciano dictador lleva medio siglo lamentando que Cuba no hubiera podido desarrollar armas nucleares, primero, porque la URSS no se lo permitió a ninguno de sus satélites; y luego, porque la isla carecía de recursos económicos, aunque contaba con el talento científico, comenzando por su propio hijo, el físico nuclear Fidel Castro Díaz-Balart. Por eso, el consejo más persistente que Fidel le ha dado a su discípulo Chávez ha sido ése: “hazte de un arsenal nuclear, como tenía Moscú, lo que te hará invulnerable y temido”. Chávez le está haciendo caso. Fidel lo convenció de que la subsistencia del socialismo del siglo XXI depende de que Venezuela disponga de armamento nuclear. Ese razonamiento es terriblemente peligroso.
Prensa.com
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