Opiniones
Cualquier racionalista que observe la Asamblea General de las Naciones Unidas verá retratada allí la Nave de los Locos, tabla pintada por el flamenco El Bosco a finales del siglo XV en la que un fraile, un bufón, unos borrachos y una monja, entre otros personajes que representan el mundo, comen y beben en una barca sin gobierno, rumbo al desastre.
A mediados de septiembre concluyó la 63 Asamblea anual de la ONU presidida por el sacerdote y político sandinista nicaragüense Miguel d’Escoto. Pocos días antes visitó a Fidel Castro, y en su entusiasmo religioso-revolucionario, dijo que el tirano representaba “el mensaje vivo de Jesucristo” y que reunirse con él “era un regalo milagroso de Dios”.
Todo el mandato de d’Escoto fue una suma de misticismos y despropósitos, dándole preponderancia a cualquier iniciativa de las 126 dictaduras o tiranías de la ONU, mientras trataba de boicotear las de los 66 países más democráticos.
Entre sus decisiones estuvo la de crear en nombre de la ONU el pintoresco título de “Héroe Mundial de la Madre Tierra” para Evo Morales.
Es obvio que bajo un equilibrio de países así, la ONU apoyará siempre las propuestas de los países totalitarios, que son más del doble que los que gozan de libertades.
D’Escoto ha sido relevado para la 64 Asamblea, que concluirá en septiembre de 2010, por otro personaje típico de la tabla de El Bosco, pero nefasto para esta nave que es el planeta Tierra, el libio Ali Abdussalam Treki, musulmán defensor de la pena de muerte para los homosexuales.
Nada más tomar la presidencia rechazó fervorosamente una propuesta francesa para evitar esos asesinatos que, dijo, obedecen las leyes divinas. Nuevamente, los 126 votos totalitarios vencieron a los 66 más humanistas.
Manuel Molares do Val (*)
molares@yahoo.es
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